“Dios es amor: ése es nuestro testimonio”. Samir Khalil Samir, jesuita y profesor de Cultura Árabe en la Universidad Católica de Milán, no se anda con medias tintas a la hora de identificar la diferencia entre cristianismo e islam. A finales de abril participó en un encuentro con profesores y universitarios en el Centro de Ayuda al Estudio de Portofranco, en Milán, por el que cada día pasan decenas de estudiantes, muchos de ellos musulmanes
La dificultad a la hora de relacionarse con estos alumnos suscitó una batería de preguntas. En sus respuestas, Samir subrayó la diferencia entre ambas religiones: “La dimensión alegre y comunitaria no siempre está presente en el islam. Su Dios es lejano, se adora y obedece a quien transmite sus mandatos, el imán”. Uno de los responsables del Centro pregunta sobre la posibilidad de ofrecer espacios de oración a estos alumnos, pues algunos han pedido permiso para rezar durante las tardes de estudio, a lo que el jesuita responde: “El islam no obliga a interrumpir lo que se está haciendo para rezar, se puede dejar para luego. Si alguien pide algo así es que no conoce su religión, o se está aprovechando de nuestra ignorancia”.
Muchos quieren aprender cuál es la mejor manera de respetar sus tradiciones. “El mensaje del Evangelio es nuestro mayor tesoro”, afirma Samir. “Si yo lo he encontrado, ¿cómo no lo voy a comunicar? Respetar al otro no significa darle sólo la clase de matemáticas y no hablarle de Cristo. La postura cristiana es compartir con los demás lo que tenemos, igual que Dios compartió nuestra vida”. ¿Pero yo cómo les puedo aportar algo sin que se sientan forzados? “Lo que no puedes negar es que lo que tú tienes ya te ha salvado, así que también puede ser la salvación para ellos”.
Son tantas las preguntas que el encuentro se prolonga más de lo previsto y empiezan a llegar los estudiantes, que miran con curiosidad al personaje que está en la mesa. Algunos, sorprendidos por la gran atención con que los profesores le escuchan, se acercan para oír lo que dice. Cuando termina, uno de ellos, Abdel, coge al jesuita del brazo y le enseña el Centro. Se unen a ellos varios estudiantes extra-comunitarios, y Samir mantiene con ellos una cálida conversación en riguroso árabe. “Los chicos no le querían dejar marchar”, relata Lucia, una de las universitarias que organizó el encuentro. “Además, tuvimos que saltarnos una de las normas del Centro y dejarle hablar en árabe. Especialmente sorprendidas estaban las chicas, impresionadas por la atención y el entusiasmo con que este hombre las había tratado”.
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