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El uso hipnotizador de la palabra igualdad

Carmen Pérez*
21/01/2010

Quizá algunos de Vds. han seguido lo referente a la tremenda agresión física sufrida por el periodista Hermann Tertsch y su demanda contra un programa de TV por un montaje, agresivo y ridículo, emitido contra él. No voy a tratar de esto, sino de una muy buena Tercera de ABC que él ha escrito. Este problema ya lo había comentado con Vds. Se llama La amenaza de la igualdad. Es una reflexión clara sobre el tremendo problema que está en la falsa y nefasta utilización del principio de la “igualdad”. Es la sigilosa transición en las mentes, del ideal de que todos tienen los mismos derechos, a la creencia de que todos los hombres, hagan lo que hagan, son iguales. La equiparación de todos los sistemas y formas de vida, sean buenos, peores y fatales. Y lo mismo ocurre con los sistemas educativos. Por eso dice que podía haber puesto otro título que nos sacudiera más: el éxito y la justicia de la desigualdad.
Claro que el fundamento de la democracia y la sociedad libre es que nacemos y somos iguales ante la ley. Pero nuestro desarrollo personal, y por tanto el de la civilización, depende de la utilización libre de todas las oportunidades y circunstancias que la vida presenta. Siempre recuerdo la convicción que tenía Gregorio López Bravo de que el primer plan de desarrollo de una nación está en las personas. En nombre de una irracional y falsa igualdad se acaba con la libertad. No puede equipararse de ninguna manera, la idea cristiana de que toda vida humana es un valor supremo, con las ideas de que el individuo no vale nada y, de que seamos como seamos y hagamos lo que hagamos, “somos” iguales. El proceso de la civilización depende de que cada uno pueda utilizar libremente las circunstancias que se le presentan. Pero se está imponiendo en todos los campos un pensamiento débil y reduccionista, que considera que debemos ser forzados a la igualdad. Una sociedad, en la que ya desde la infancia, haya que adaptarse al nivel peor, está abocada al fracaso. Se utilizan las palabras igualdad y democracia como un conjuro, como un anuncio para vender mejor. Se hace un uso hipnotizador de estas palabras. Se lanzan como piedras para imponer la última ocurrencia progresista, tontería, o estridencia. Una sociedad, en la que ya desde la infancia, haya que adaptarse al nivel peor, está abocada al fracaso.
Tratando este mismo tema nos recuerda Lewis en el diablo propone un brindis, que uno de los dictadores griegos, entonces los llamaban tiranos, envió un emisario a otro dictador para pedirle consejo sobre los principios de gobierno. El segundo dictador condujo al mensajero a un campo de maíz, y allí cortó con su bastón la copa de los tallos que sobresalían un par centímetros por encima del nivel general. La moraleja era evidente, no tolerar preeminencia alguna entre los súbditos, no permitir que viva nadie más sabio, mejor, más formado. Cortarlos a todos por el mismo nivel, todos iguales. Así podría el tirano ejercer la democracia. En la igualdad que se propicia, los propios tallos pequeños cortarán las copas de los grandes. Incluso los grandes querrán cortar sus copas para ser iguales, para ser como todos. Hay que avergonzarse y acomplejarse por el esfuerzo, la superación, los anhelos de excelencia.
Hace ya bastante tiempo comentábamos las consecuencias de esta demoledora igualdad en esta ventana con el titulo de “Agarrados por la nariz de la democracia”. La democracia que nos venden, ha degenerado en el sentimiento que induce a decir “soy tan bueno como tu”. Y esto es una falsedad que no se lo creen ni los mismos que lo afirman. Porque nadie que dice soy tan bueno como tú, se lo cree. El trabajador no se lo dice al holgazán, el honrado al tramposo, el estudiante responsable al macarra que no da golpe. La afirmación pone de relieve la lacerante y atormentadora conciencia de una inferioridad que se niega a aceptar el que la padece y ni se plantea el salir de ella. Es un hecho que la envidia genera odio hacia quienes no quieren ser iguales. Es antidemocrático ser diferente, no se puede ser diferente ni por trabajo, esfuerzo, preparación, profesionalidad, gusto por la lectura, principios, religión. Todo esto está muy relacionado con el resentimiento y la envidia. Pero ahora el uso hipnotizador de la palabra igualdad y desigualdad, democrático y antidemocrático todo lo resuelve.
Sí, lo repito, muchos estamos “un bastante hartos” de la utilización de las palabras igualdad, democracia y ciudadanía. La verdad es que cuando las oigo ya me ponga en guardia, porque siento la sombra oscura de la campaña de mentalización, ya viene el tiránico rasero igualitario. Y lo que dice Hermann Tertsch, como la igualdad es imposible, sólo se puede simular con la mentira. Ya casi se nos ha olvidado qué es realmente la democracia. Democracia un sistema político, y por tanto tiene que ser una forma de vida que descanse sobre la responsabilidad de cada uno. Y la democracia implica unos principios básicos del bien común, y de la relación del hombre con la ley natural. La democracia ha de vivir de una jerarquía de valores que de cuerpo a la sociedad, a la familia, a la educación, a la salud, al trabajo, al descanso, a las diversiones, a los grupos religiosos. Porque como decía ya Aristóteles cada tipo de gobierno, cada tipo de constitución puede tomar caracteres distintos, no existe una sola democracia, sino que se diversifica según las instituciones en las cuales se realiza. O sea que lo importante de una forma de gobierno son las instituciones que la constituyen y su funcionamiento. Seamos libres ante el uso hipnotizador de las palabras: igualdad, democrático…las que sean.
* Compañía de Santa Teresa de Jesús

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