En el debate suscitado por el referéndum suizo sobre la prohibición de los minaretes, hay un punto que no ha quedado claro para los que se alegran del resultado, como si supusiera la reafirmación de la identidad de un pueblo. La batalla de los promotores del referéndum no se juega en la línea de la reivindicación “cristiana” de la Confederación Helvética, sino de la “laicista” que prohíbe los símbolos religiosos. Como ha afirmado Oskar Freysinger, líder de la Unión Democrática de Centro, promotor de la consulta, «nos oponemos al símbolo de la penetración política del islam, a la interferencia de la religión en la esfera pública. La oración es un hecho privado, no tenemos necesidad de torres que proclamen la existencia de un solo Dios». ??Se trata de un caso análogo al que hace poco hemos visto en el Tribunal de Estrasburgo al prohibir la presencia del crucifijo en las escuelas. Una sentencia elaborada según el modelo francés de laicidad, que prevé la abolición de los símbolos religiosos en las escuelas públicas, ya sean cristianas, judías o musulmanas. Si éste es el contexto, no nos puede no sorprender el aplauso de aquéllos que, en Italia, han leído el resultado del referéndum helvético como una vuelta a las raíces religiosas, cristianas, hasta el punto de lanzar la propuesta, llevados por el entusiasmo, de insertar la cruz en la bandera nacional. En realidad en Suiza, un país con una alta tasa de secularización, lo que estaba en juego no era la identidad religiosa sino, sobre todo, el temor a un cuerpo extraño, a una avanzadilla de “bárbaros”, como han dicho algunos. ??Se trata de miedo y no de defensa de las raíces cristianas. La Confederación ha vivido, desde su entrada en el área Schengen con el referéndum de 2005, la llegada masiva de inmigrantes, 170.000 sólo en el último año. Los musulmanes suizos con actualmente 400.000, un número significativo para una población de 7,5 millones de habitantes. Son estos números los que causan alarma y explican las reacciones y el resultado del referéndum. Así, podemos observar cómo su éxito contiene, para los ciudadanos suizos de origen islámico, una doble lección. ??La primera es la oportunidad de una respuesta inteligente por parte musulmana al resultado negativo del referéndum. Frente a ello, la reacción inmediata es, como documentan muchos, entre ellos la cadena Al-Arabiya, la condena y hostilidad hacia Occidente. Se trata de una reacción equivocada. Como ha declarado Yussuf Ibrahim, imán de la gran mezquita de Ginebra, «el problema que nos queda es la ignorancia recíproca. Tampoco nosotros hemos hecho lo suficiente para difundir el conocimiento del Islam». La comunidad islámica, para disipar las sospechas de hostilidad, tiene que aprender a abrirse a la confrontación y al diálogo con la cultura y las realidades sociales, religiosas y políticas de los países europeos en que se encuentra. La tutela de la identidad debe ir de la mano con el diálogo. Diálogo cultural y religioso que permita a quien viene de fuera apreciar los tesoros de Occidente, y a los europeos estimar la vastedad de la civilización islámica. Diálogo también sobre el terreno social. Sobre este punto, la comunidad musulmana podría aprender de la presencia cristiana en los países islámicos, de sus numerosas obras (escuelas, hospitales, centros de acogida), que están abiertas a todos, independientemente de su fe religiosa. De este modo, los cristianos se han ganado el respeto de la población, inicialmente hostil. ??La segunda lección que la comunidad islámica puede extraer del referéndum suizo es que su mejor aliada en Europa es la Iglesia. Los obispos suizos han criticado el resultado. La religión, en sí misma, es un hecho público, no privado. Esto vale para el crucifijo tanto como para el minarete, vale en Europa como en las tierras del islam, vale para los musulmanes como para los cristianos. La libertad de religión implica su relevancia pública. Las amenazas eventuales de un islamismo radical, fanático e intolerante serían neutralizadas desde el principio con un acuerdo previo con los países islámicos de origen. De lo contrario, se convierten en el argumento propagandístico de aquéllos, y son muchos, que se aprovechan del islam para negar cualquier relevancia pública de la fe en Europa.
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