Lo sucedido ayer es el fracaso de la política. La política está para solucionar los problemas, no para crear otros nuevos. No se puede delegar en jueces, fiscales y policías la solución de los problemas políticos, y menos cuando su magnitud los convierte en un problema de Estado. En Catalunya existe un problema político, que no es nuevo, pero que ha crecido por no abordarlo de cara y a su tiempo. Se puede entender que Mariano Rajoy no tuviera margen para negociar nada en septiembre del 2012 cuando España estaba a las puertas de ser rescatada, pero desde entonces han pasado cinco años, la economía se ha recuperado y el Gobierno ha sido capaz, por ejemplo, de alcanzar un acuerdo con el PNV para aprobar los presupuestos, que privilegia, aún más, al País Vasco. El fracaso de la política es un fracaso de todos. No alcanzo a ver el mensaje de lo ocurrido ayer. ¿Alguien cree realmente que sale debilitado el independentismo? Y lo peor, nos esperan jornadas muy duras y nuevos episodios de tensión. Este diario se ha cansado de pedir diálogo. Pero no de sordos, que es el único al que hemos asistido. La sensación es que ha habido exceso de tacticismo y ganas de llegar al límite. España está en las portadas de la prensa internacional con imágenes difíciles de explicar en un país occidental. Mal negocio para la marca España. Una pésima noticia para la Unión Europea. Fracasar en política es el fracaso de la capacidad de entendernos. No es cierto que el vencedor es siempre quien tiene la razón. Tiene la razón quien es capaz de asumir consensos, de convencer con sus ideas y de transaccionar causas. No se pueden traspasar las leyes, es cierto. Pero tampoco se puede cruzar la línea del sentido común. La incapacidad colectiva de abordar un problema profundo es un fracaso compartido. Y en el caso que nos ocupa todavía no somos capaces de conocer su dimensión sobre nuestras vidas.
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