...De la misma manera que Sthendal decía que el amor es una flor que crece en un precipicio, los gestos morales surgen sobre todo en la adversidad. También entre nosotros, tras la matanza de Barcelona, aconteció algo de una grandeza moral admirable. Algo que, entre tanta mediocridad, haríamos bien en rescatar del olvido. El padre de Xavi Martínez, el niño de tres años al que los asesinos segaron la vida en las Ramblas, se fundió en un abrazo con el Imán de Rubí, la localidad barcelonesa en la que vivía su hijo.
Ya el mero abrazo, la imagen en sí, atesora una fuerza intuitiva arrasadora: no sabemos por qué, pero nos emociona moralmente. Pero es que, además, ese padre desgarrado justificó su gesto de la mejor manera posible. “Comparto el dolor con ellos. Con todos. También comparto el dolor con los familiares de los terroristas. Lo comparto. Somos personas. Somos muy, muy, muy, muy personas”. Son palabras que pulverizan todas las distinciones que nos enfrentan – nacionales, religiosas, económicas, etc. - y nos sitúan a todos como miembros de una misma familia caracterizada por el dolor. Una familia a la que normalmente denominamos “humanidad”...
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