Hay una época en la que los críos vuelven locos a los padres friéndoles a preguntas. ¿Por qué es de día? ¿Por qué cerráis el cuarto con pestillo? ¿Por dónde salen los bebés de la tripa? Luego, la curiosidad no remite, o sí, pero el pudor, el respeto y la prudencia empiezan a hacer su trabajo y a obligarnos primero a mordernos la lengua y después a ni siquiera plantearnos ciertas preguntas por temor a la respuesta, aunque nos muramos de la intriga. Por ejemplo, las razones de un suicida.
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