Los coptos son tan antiguos en su territorio que incluso la etimología recuerda su antigüedad, no en vano copto deriva del griego (pasado por el árabe) y quiere decir justamente egipcio. Sus orígenes se remontan al antiguo Egipto y su conversión al cristianismo se produce al inicio de la fe, el año 42 d.C., de la mano de san Marcos evangelista. A pesar de la conquista musulmana, seiscientos años más tarde, y las múltiples persecuciones que han sufrido a lo largo de los siglos, nunca han abandonado su fe, concretada en dos iglesias diferenciadas: la copta católica y, la mayor, la copta ortodoxa. El número de coptos varía según las estadísticas, pero se calcula que hay unos 18 millones de ortodoxos y más de 170.000 coptos católicos. Son, además, los depositarios del legado lingüístico copto, un idioma descendente del egipcio del último periodo que se usó hasta el siglo VIII, pero que desapareció con la imposición del árabe. Todos estos datos (que busco para un libro que estoy escribiendo) conforman una identidad milenaria, con un legado cultural único y una fe imbatible, a pesar de las violencias que han sufrido. Ayer volvieron a ser asesinados. Iban en peregrinación hacia el monasterio de San Samuel, erigido en el siglo IV, que lleva el nombre de uno de los mártires más venerados de la ortodoxia copta: san Samuel de Kalamun. Según las informaciones, había muchos niños en los dos autobuses tiroteados por diez terroristas armados, y el número de víctimas, que a estas alturas es de veintiocho, podría aumentar vista la gravedad de muchos heridos. Sus muertes se suman a una larga lista de coptos asesinados por su fe, con el último atentado del pasado abril todavía en la retina: el Daesh puso una bomba en la catedral de San Jorge de la ciudad de Tanta, en pleno domingo de Ramos, y otra en la catedral de San Marcos de Alejandría. Total: 46 muertos, la mayoría madres con hijos. Antes, el diciembre anterior, había puesto una bomba cerca de la catedral de El Cairo, con un balance de 25 muertos, y 23 fueron los cristianos asesinados en la bomba que, en el 2013, pusieron en la iglesia de los Dos Santos de Alejandría. Si añadimos la violencia sistémica, las iglesias quemadas y el acoso permanente, es evidente que estamos ante una situación muy peligrosa y trágica para la comunidad copta que vive en Egipto. En este punto, poco por añadir a lo mucho que ya he escrito en otras ocasiones, pero cabe repetir algunas ideas: el totalitarismo islamista ha puesto la diana en el centro de las comunidades cristianas, consideradas objetivo de la yihad; los cristianos no son víctimas aleatorias, sino que están siendo asesinados por su fe; es una masacre que hace poco ruido, porque son víctimas incómodas en la corrección política; en definitiva, ninguno de los ruidosos con pancarta saldrá a la calle para defenderlos. Nada nuevo ante esta tragedia.
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