Leo el informe anual que presenta la organización Puertas Abiertas con los datos del 2016, y la cifra confirma los peores augurios: 215 millones de cristianos sufren una persecución alta, muy alta o extrema por su fe. El informe se elabora con encuestas de expertos locales en más de 50 países y analiza cinco ámbitos de persecución: privado, familiar, social, eclesial y estatal. Los resultados son tan dramáticos como previsibles, porque la persecución persistente contra los cristianos no sólo no disminuye, sino que arrecia. Por países, tampoco hay sorpresas: el delirante régimen de Pyongyang encabeza el ranking de persecución por decimosexto año consecutivo. Es tal la inquina del régimen comunista contra los creyentes en la cruz que el informe denuncia una vida en la clandestinidad, sin posibilidad de comunicación entre ellos y con el riesgo de ser enviada toda la familia a campos de trabajo forzoso si se descubre su fe. También ocurre lo mismo en Somalia, país que consigue el honor de ser el segundo Estado más terrible para los cristianos, con pena de muerte si son descubiertos. A pesar de que en Somalia sólo hay unos pocos cientos de cristianos entre diez millones de musulmanes, la persecución es sistemática y letal. Y a partir de aquí, los sospechosos habituales: Afganistán, Pakistán, Sudán, Siria, Irak, Irán, Yemen, Eritrea… Por supuesto, cabe sumar la represión global contra los cristianos en todos los países donde se aplica la charia, con Arabia Saudí en el podio de honor, y el aumento de la persecución en algunos países del Sudeste Asiático, con Bután y Bangladesh. El número de iglesias atacadas y/o quemadas llega a las 1.500 y la única nota positiva es el descenso de los asesinatos, de 7.106 en el 2015 a 1.207 en el 2016, aunque el informe lo atribuye al aumento de la represión: “Encuentran más efectivo oprimir a los cristianos que matarlos”. En algunos de estos países, la persecución se da al cien por cien de la comunidad.
El último dato es igualmente relevante: en los 50 países que ocupan esta lista del mal viven 4.800 millones de personas, de las cuales sólo 650 millones son cristianos. Es decir, se trata de una pequeña minoría que, sin embargo, es objeto de una persecución sistemática y letal. En este punto, cabe preguntarse por qué motivo esta situación tan grave no ocupa la agenda política, social o reivindicativa de nadie. ¿Por qué las víctimas cristianas no son objeto de preocupación de los sectores progresistas, tan amantes de las causas oprimidas? ¿Por qué no hay manifestaciones, pancartas, peticiones de boicot, etcétera? Y ¿por qué motivo no existe en la agenda de ningún Estado, ni ningún político? La persecución y muerte de cristianos se produce ante la indiferencia y el silencio de todos. Como si no fueran víctimas. Como si no sufrieran. Como si no murieran. Es el silencio cómplice que mece la cuna del verdugo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón