Hace días fui testigo de un diálogo singular entre un físico y un antropólogo agnósticos, y un sacerdote católico, Julián Carrón, a cuenta del libro La belleza desarmada que este ha presentado en Madrid. Digo singular porque no es frecuente que semejante diálogo se produzca, menos aún en España, y también por la seriedad, altura y cordialidad con las que discurrió. Una cosa es hablar de diálogo y de «salida a las periferias» y otra contemplarlo en acto. Lo último no puede dejar de conmover.
Un momento impresionante fue aquel en el que Mikel Azurmendi reconoció que ese prodigio de pensamiento, de convivencia y Derecho, que se llama Europa, sería inexplicable sin el cristianismo. Pero él no se refería en primer lugar a los llamados valores cristianos, sino a los hechos y relatos del acontecimiento cristiano tal como los encontramos en el Evangelio. Nuestra cultura occidental puede renegar de sus fuentes (el suicidio existe también para las sociedades) pero solo al precio de negarse a sí misma. Que esto no lo diga un obispo sino un intelectual agnóstico tan baqueteado como laureado, me parece noticia.
Pero sobre todo me impresionó la apertura, la frescura y seriedad en el diálogo que desplegaron tanto Azurmendi como el físico Juan José Gómez Cadenas. Tanto que pensé que estaba sucediendo ante mis ojos aquello que Benedicto XVI auguró para España en su viaje a Compostela: un encuentro entre el pensamiento laico y el mundo católico, capaz de superar siglos de recíproco desdén. Y esto fue posible por varias razones. Primero por un camino de amistad gratuita entre personas que han aceptado el riesgo de mirarse a la cara y ofrecerse, unos a otros, la narración de su propia búsqueda humana. Han aceptado desarmarse. No era un debate entre esquemas, sino un diálogo de corazón a corazón, que diría el genial Newman.
Además fue posible porque la experiencia cristiana que muestra La belleza desarmada favorece que se arríen las defensas, y desbarata imágenes que identifican la fe cristiana con un moralismo rígido. Al contrario, el cristianismo es un acontecimiento imprevisto que sale al encuentro del corazón del hombre que busca, con sus deseos, contradicciones y dolores. Sobre eso insiste diariamente Francisco, que hace poco citaba a Benedicto XVI para subrayar que la fe no es una teoría, una filosofía, sino un encuentro. Esa fue la clave de un diálogo para enmarcar.
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