Para poder ganar el futuro, tenemos antes que ganar el presente, un presente marcado por el hito de llevar 300 días sin Gobierno, lo que supone el aplazamiento, y agravamiento, de todos los problemas que debemos resolver y cuyas soluciones no pueden esperar más. Pero en lugar de hablar de los problemas y buscar entre todos las soluciones, hemos acabado enredados en una conversación altamente emocional y, en demasiadas ocasiones, violenta, que impide cualquier tipo de discusión racional. Somos los primeros en defender el derecho a criticar, pero conviene tener presente que la polarización que sufrimos no es tanto una consecuencia inocente del desbordamiento de las pasiones en el calor del debate, algo en lo que nosotros mismos hemos podido incurrir en alguna ocasión, sino de una estrategia deliberada que pretende impedir que tengamos la conversación que necesitamos y, peor aún, intimidar y atemorizar a los que opinan de forma distinta. La burda división entre los de arriba y los de abajo, los patriotas y los traidores, la exageración paranoica de la maldad del contrario, la obstinación disfrazada de principios o la simplificación de las opciones políticas hasta el extremo ridículo de los buenos y los malos son el mejor camino para privar a los ciudadanos del debate que precisan.
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