Agosto quedó atrás. Secularmente, el mes de las catástrofes, de las pérdidas anónimas y colectivas, de las añoranzas y las ausencias; del albedrío y la anormalidad. En la rayuela del calendario, muchas casillas sin anotaciones. Cada año, agosto carga con mucha muerte. Aunque morirse en verano es, quizá, como morirse menos. En todo caso un mal asunto, la gente se halla desplazada, desatenta, y más de un deceso puede pasar de puntillas. O casi. Incluso para los espíritus más contemplativos, estar, o sentirse, solo en agosto es mucho más que estarlo.
Y ahí todos y todas, mirando al mar, como esperando algo de él. Sólo los niños le dan la espalda y lo merodean, quizá porque aún no tienen preguntas para hacerle. Un hombre, una mujer: una vida, con apenas nada digno de mención, inquiriendo fijamente al horizonte. Este horizonte que para unos puede ser una línea de bolígrafo azul punta fina. Y para otros, una hilera casi infinita de interrogantes.
¿Preguntas al mar, al horizonte? ¿Al límite visual? Dirán: “Cosas de viejos inactivos o de poetas”. Puede ser, o será, nuestro destino: hacer de mayores lo que despreciábamos de jóvenes. Un respeto, porque igual es verdad que los poetas dictan la ley a su época. En un tiempo así fue, hoy sería reconfortante creerlo.
Sobre una fina arena parecida a la de los relojes antiguos, uno dialoga con el mar y su poder hipnótico. Un soliloquio ante una ¬pared fluida. Una escenografía añil. Agua, azul, arena, sol, espuma, luna, sal, verde-azul... y esas pisadas que las olas, agonizando, no tardan en borrar ¿Una metáfora metafísica? ¿Arte conceptual? ¿La imagen de un ritual de iniciación? ¿El imaginario camino hacia los seres queridos? ¿A la propia memoria? ¡Ay, el mar y la lírica! El mar, las olas y sus orillas de movimiento perpetuo, el fracaso de pintores y fotógrafos. Y de las artes estáticas. Y de los que se han pasado la vida intentando fosilizar los instantes, el movimiento.
Joan Miró, de joven, quiso deslumbrar al grupo de surrealistas de París, con su “Muera el Mediterráneo”. Lo logró, pero ignoraba que la muerte estaría, también, en el propio mar. El Mediterráneo hoy es un ataúd líquido, de su vientre llegan cadá¬veres y más cadáveres. ¿Por qué? ¿Por ¬quiénes? Quizá, a fin de cuentas, estas sean las preguntas más esenciales que hacerle al horizonte. Por ahora.
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