En la edad media y en el Renacimiento se atribuía la locura y la estupidez humana a la formación de cálculos o piedras en el cráneo. En el Museo del Prado hay dos óleos impresionantes, uno del Bosco y otro de Jan Sanders van Hemessen, donde puede verse a dos cirujanos extrayendo una roca de la cabeza de sus pacientes. El Bosco convierte al médico en un personaje alelado con un embudo en la cabeza; Van Hemessen presenta al operador como un sádico cubierto con un enorme sombrero rojo.
Nadie se libró de la locura por abrirle la testa, pero durante siglos esta práctica mantuvo su vigencia en algunos rincones del continente. La técnica declinó a medida que la ciencia médica avanzaba, pero ciertamente no deja de ser curioso que pudiera pensarse que la sinrazón era el resultado de una mineralización en el cerebro. En cualquier caso, en nuestro tiempo asistimos a episodios tan irracionales, ruines y absurdos que cuesta explicarlos. Sabemos que no es un problema de cálculos en el cerebro, pero podríamos pensar que se trata de piedras en el alma. Ayer mismo, Jo Cox, diputada laborista de 41 años, madre de dos hijos, acudió a dar una charla a favor de que el Reino Unido permanezca en la UE en una pequeña localidad cerca de Leeds y fue vilmente atacada por un hombre que le disparó dos tiros y la remató una vez en tierra con un cuchillo. Ni se conocían, pero sabemos que él gritó amenazante: “¡Gran Bretaña primero!”.
Ninguna idea es más importante que la vida de un ser humano y ninguna muerte puede justificarse por una causa. Pero a menudo vemos que la estupidez humana se manifiesta con brutal agresividad contra quien piensa distinto. Puede que el asesino, detenido poco después, sea sólo un loco. Pero no es menos cierto que algunos discursos de estos días en el Reino Unido alimentan el odio. Y entonces algunos rompen urnas y otros quiebran vidas.
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