Desde que Europa entró sistemáticamente en el punto de mira del Estado islámico, políticos y expertos en seguridad se interrogan sobre las modalidades para hacer frente al terrorismo. También ha nacido un debate muy vivo entre los estudiosos del islamismo, sobre todo franceses, que discuten sobre el origen y naturaleza de la militancia yihadista. Todo empezó a partir de un artículo de Olivier Roy publicado en el diario Le Monde el 24 de noviembre de 2015, donde el politólogo francés retomaba y enriquecía algunas tesis de su libro sobre “El fracaso del islam político”, publicado en 1992.
Una revuelta nihilista y generacional
Roy afirma que para explicar el fenómeno de la radicalización hay que desbrozar el campo de dos lecturas: la culturalista y la tercermundista. Según la primera, fundada sobre la idea del choque de civilizaciones, “la revuelta de los jóvenes musulmanes muestra hasta qué punto el islam es incapaz de integrarse, al menos mientras una reforma teológica no retire del Corán la llamada a la yihad”. La segunda “llama constantemente en causa al sufrimiento post-colonial, la identificación de los jóvenes con la causa palestina, su rechazo a las intervenciones occidentales en Oriente Medio y su exclusión de una sociedad francesa racista y xenófoba”.
Para Roy, en cambio, la militancia yihadista no es ni “una revuelta del islam”, ni una “revuelta de los musulmanes”, sino un problema que afecta a dos categorías de jóvenes: las segundas generaciones de inmigrantes y los convertidos al islam, ambos tienen en común el hecho de haber roto con sus padres y con la cultura que estos representan. No se trataría por tanto de una “radicalización del islam” como de una “islamización de la radicalidad”, desde el momento en que el paso al yihadismo sería solo la expresión de un sentimiento de protesta que ya existe. Más “nihilistas que utópicos”, estos militantes estarían fascinados “por el imaginario del héroe, de la violencia y de la muerte”, y no “por la sharía o la utopía”.
Las críticas de Dassetto y Burgat
En realidad, las teorías de Roy suscitaron la perplejidad de varios estudiosos antes incluso de los atentados de París. Por ejemplo, Felice Dassetto, sociólogo italiano residente en Bélgica y pionero de los estudios sobre el islam europeo, en un ensayo de 2014 reprochaba al intelectual francés que propusiera, con la categoría de nihilismo, una interpretación “exclusiva y demasiado simplista, reductiva de una realidad mucho más compleja”.
Pero fue el artículo en Le Monde lo que sacó esta disputa de los círculos académicos. El primero en intervenir en el debate mediático fue François Burgat, rechazando desligar el fenómeno yihadista de las “contraprestaciones de la República en materia de integración, por su pasado colonial o por los errores de su política en el ámbito musulmán”. Burgat concluía diciendo que la hipótesis de Roy “añade solo una nueva piedra (la de la patología social, o incluso mental) en una construcción que reproduce el mismo preconcepto del enfoque culturalista que se supone que pretende superar, distinguiendo de forma peligrosamente intencionada el escenario político europeo del medioriental”.
La contra-narración de Kepel
Pero el crítico más severo con Roy ha sido Gilles Kepel, que en una entrevista en el diario digital francés Atlantico puso en duda la validez de la noción misma de radicalización adoptada por Roy. “La radicalización –dice Kepel– no es un concepto, sino una palabra-pantalla que nos impide pensar en el fenómeno del yihadismo por su relación con el salafismo. La radicalización es como un antibiótico que ya no cura nada. Pensemos concretamente en el eslogan de Olivier Roy: todo corresponde a la islamización de la radicalidad, como si, de las Brigadas Rojas al Isis, pasando por la Baader o la banda de Abaaoud, todos fueran la misma cosa. Pero no es así, no nos encontramos en una situación de nihilismo general como dice Olivier Roy. Es un fenómeno muy distinto, con elementos de similitud pero que hay que situar en la relación de Europa con su ámbito vecino y medioriental”.
La tesis de Kepel, expuesta en su libro “Terror en el Hexágono”, sostiene que el avance del terrorismo coincide con la aparición simultánea de la tercera generación del islam en Francia y lo que él llama la “tercera oleada yihadista”. Para comprender el cruce de estos dos fenómenos hay que volver al año 2005, en el que se sitúan tres eventos decisivos: las revueltas en las periferias de Francia, que marcan “la irrupción de la generación fruto de la inmigración post-colonial como actor político central”; la publicación de “El llamamiento a la resistencia islámica mundial”, un texto del ideólogo qaedista Abu Mus’ab al-Suri, que “teoriza el terrorismo en suelo europeo como principal vector de la lucha contra Occidente e identifica en la juventud ‘mal integrada’ su instrumento privilegiado”; y el nacimiento de Youtube y del 2.0., que introduce en la galaxia yihadista nuevas formas de comunicación y reclutamiento.
Durante algunos años, los efectos de la convergencia de estos tres factores –malestar de los jóvenes musulmanes, mutación ideológica y ambiente tecnológico– siguieron latentes, hasta que en marzo de 2012 un joven franco-argelino, Mohamed Merah, atacó primero a cuatro militares franceses, matando a tres de ellos, y luego asesinó a sangre fría a tres niños y un profesor en una escuela judía de Toulouse. Según Kepel, lo que entonces pareció un episodio asilado en realidad era solo el preludio de la oleada yihadista que estaba por venir. En el camino que desde 2005 llega a las masacres de 2015, el cuadro pintado por Kepel es radicalmente distinto del trazado por Roy. Este habla de una revuelta generacional; Kepel muestra la presencia de familias (como la de Merah), donde padres e hijos comparten la misma fe salafista. Roy presenta a los yihadistas como individuos aislados de las comunidades musulmanas; Kepel saca a la luz la existencia de contextos permeados por el islamismo. Roy describe el paso a la militancia yihadista como una “(re)conversión” casi improvisada; Kepel analiza los procesos de adoctrinamiento que tienen lugar en internet, en las mezquitas y en las prisiones.
Visiones complementarias
Para Roy, por tanto, el factor sustancial para explicar el yihadismo europeo y en concreto el francés es el nihilismo de los jóvenes, mientras que la ideología salafista-yihadista es un elemento accidental (la única ideología que queda “en el mercado”, como él mismo dice) que se superpone a una radicalización previa. Según Kepel, en cambio, el factor sustancial es precisamente la ideología, mientras que el nihilismo y el malestar juvenil son el terreno donde nace la mala hierba yihadista. Se trata de dos visiones opuestas, pero no necesariamente contradictorias. Separado de su versión salafista, el nihilismo del que habla Roy carecería de hecho de contenidos, y en el fondo sería incapaz de explicar la difusión global del yihadismo (no pueden ser todos nihilistas, desde París a Lahore, pasando por Riad y Ben Gardane). Kepel, asumiendo la perspectiva del nihilismo, podría pensar más en profundidad la dimensión psicológica de la militancia salafista-yihadista.
Combinar ambos enfoques no significa buscar una mediación diplomática entre posiciones rivales, sino reconocer que el yihadismo no es el resultado de una sino de dos crisis: la de la cultura occidental y la de la cultura islámica
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