El rugido de los cazas de combate golpea sin tregua el claustro del monasterio caldeo de la Virgen María. Es primera hora de la mañana y una leve lluvia cae sobre los rosales y arbustos que crecen en el patio del convento. A unos kilómetros, siguiendo la estela de los aviones, unas columnas de humo se elevan sobre el cielo encapotado en mitad de la llanura de Nínive.
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