Ya no quedan nidos de luz. Ni quedan nidos. No estoy triste. Es sólo que quisiera, a veces, acallar ese ruido continuo dentro de mi cabeza de dragón. Ese murmullo que no cesa. Quizás les pasa: un tironeo, una tensión que viene desde todas partes: el pasado, el futuro. Las preguntas por lo que vendrá. Porque ¿qué vendrá? ¿Estará allí siempre todo lo que está allí ahora? ¿Qué, de todo esto, será pantano, recuerdo, gajo desvaído de lo que alguna vez fue? Todos los desvelos vienen de no saber y de querer saberlo todo. Recuerdo ese poema de Louise Glück: “En una época, / sólo la certeza me daba / alegría. Imagínense... / la certeza, una cosa muerta”. Esa cosa muerta, malditamente necesaria.
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