Viendo a esos miles de refugiados que, después de haber cruzado el mar jugándose la vida (y viendo cómo otros la perdían, muchos de ellos niños aún), son obligados de nuevo a cruzarlo contra su voluntad, uno se pone en su lugar y trata de imaginar lo que sentirán sabiéndose rechazados por los Gobiernos de unos países que presumen de acogedores y democráticos, pero que se comportan como si no lo fueran. ¿Cómo nos recordarán cuando pase el tiempo a los europeos, da igual griegos que alemanes que españoles? ¿Qué sentimientos albergarán hacia nosotros después de haber visto cómo los expulsábamos contradiciendo nuestras propias leyes? ¿Pensarán que todos participamos en su expulsión o distinguirán entre unos y otros?
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