No iba en el avión de Düsseldorf, ni mi mujer, ni mi hija, y tengo por lo tanto todavía pendiente el último vuelo de mi vida. Me ha aliviado no haber tenido que escribir sobre el terrible accidente, pero he estado triste estos días. Triste de una tristeza introspectiva, triste por los momentos perdidos en discusiones estúpidas, triste por la atención prestada a asuntos que no la merecían, triste por las canciones aburridas, por los innecesarios rodeos y por la arrogancia narcisista de pasar días y días apesadumbrado en lugar de resolver de una vez la fricción o el conflicto y regresar presto a la gran pista de la vida con todos los trucos y toda la alegría. Triste por haber derrochado con insultante desprecio los dones del plenilunio.
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