Le dije “Sí”. Me puse la zapatilla y corrimos de regreso al recital. Más tarde, cuando caminábamos para encontrar un ómnibus vacío, me preguntó “¿Te dio miedo?”. Le dije “No”, y era verdad. No había por qué, pero, además, había saltado de espaldas a la multitud caníbal porque vi en sus ojos todo lo que necesitaba para hacerlo: su fe en mí. Es la única fe que necesito. Una fe que todavía me acompaña.
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