He esperado para hablar de la polémica navideña porque la derecha española la ha planteado con tanta virulencia que he necesitado distancia. Hay dos maneras de hacer la crítica a la cuestión, y la mía no es alzando la cruzada nacionalcatólica. No estoy de acuerdo con los argumentos que han usado algunos militantes de la derecha extrema y sus micrófonos amigos, porque detrás no late la voluntad de preservar tradiciones seculares, sino la endémica obsesión de imponer el ideario católico. Con un matiz reiterado en este espacio: tengo un gran respeto por los católicos que creen en un Dios de luz, solidaridad y empatía. Y que gracias a esa creencia ayudan a mejorar el mundo. Pero al mismo tiempo también estoy convencida de que hay que dejar a los dioses en casa, y que las sociedades se deben regir con leyes humanas que permitan todas las miradas trascendentes, agnósticas y ateas incluidas.
Dejarlos en casa..., lo cual no significa eliminar nuestra identidad milenaria ni intentar embadurnar las fiestas católicas, celebradas masivamente, con mensajes hiperideológicos. No entiendo la obsesión de determinada izquierda por minimizar y esconder la naturaleza católica de la Navidad, que, además, acostumbra a generar inventos estrafalarios: belenes que asustan a las criaturas, reyes magos salidos de un carnaval, árboles de Navidad que parecen espantapájaros –y que seguro que los asustan– y por todas partes la necesidad de colocarnos un mensaje político, no vaya a ser que parezcamos poco multiculturales, yupiyás y ecosostenibles. Es tanta burrada como pedir a los musulmanes que, cuando celebren el Ramadán, coman un poquito para respetar a los católicos, o a saber qué otra idea iluminada.
Sí. La Navidad es una fiesta católica, y es masiva porque somos un país social y culturalmente católico, lo cual es un hecho histórico y no una fechoría ideológica. Personalmente no soy creyente, pero monto el belén, canto los villancicos de toda la vida e incluso admiro la belleza de la misa del gallo. ¿Qué problema hay? ¿Negaremos ahora, por un capricho ideológico, nuestra identidad católica? La cuestión es entender que celebrar la Navidad no es un gesto de menosprecio a otras culturas y religiones, sino el respeto a una tradición que nos ha sido legada desde hace siglos. Y querer cambiar una tradición pacífica y querida por todo el mundo, sólo por motivos ideológicos, es simplemente un disparate.
Maugham, el escritor de la turbulenta Servidumbre humana –cuya versión cinematográfica con Bette Davis, es todo un clásico– , escribió que “la tradición es una guía, no un carcelero”. Esta es la cuestión, entender que preservar la tradición de nuestros antepasados nos consolida en el presente y nos empuja hacia el futuro. Lo que no nos lleva a ningún sitio es inventarse una Navidad de izquierdas, porque entonces lo que sale es un patético carnaval.
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