Hace pocos días he identificado en un artículo tres problemas culturales y sociales de fondo con profundas raíces en nuestra historia, que debemos poner sobre la mesa a la hora de tomar postura ante las próximas elecciones generales del 20-D. Me refería a la censura de la religiosidad y el laicismo, la desmemoria y aversión a nuestra historia, y el estatalismo y marginación de los sujetos sociales. Y ya entonces advertía que sería inútil esperar del nuevo Parlamento y del nuevo Gobierno que surgirán de las elecciones del 20-D, una solución al respecto. Sin embargo, del resultado electoral sí va a depender, y mucho, que puedan afrontarse mejor o peor. Y reitero que aquellas fórmulas que tienden a demoler los fundamentos del pacto constitucional del 78 radicalizarán estos problemas, e incluso nos privarán de un dique político y legal frente a un sectarismo que ya está presente y que sería absurdo despreciar.
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