Los ricos bombardean, los pobres ponen bombas; los ejércitos machacan al enemigo masivamente de arriba abajo, los terroristas contraatacan de abajo arriba con espasmos ciegos. En lo alto de tanto odio está la Vía Láctea. Los misiles se sirven de ella para orientar su trayectoria hacia el objetivo con precisión matemática, pero esa luchada nocturna también está al servicio de los sueños confusos de los poetas y del instinto del escarabajo pelotero. Vaghe stelle dell’Orsa. Así empieza el poema de Leopardi, en que recuerda las noches de verano cuando echado en la yerba del jardín mirando el carro de la Osa en el cielo escuchaba el susurro del viento en los fragantes senderos y las voces, el quehacer tranquilo de los criados dentro de casa y pensaba en la arcana felicidad de liberarse del dolor y de cruzar un día el mar y los montes azules.
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