En 1983 el sacerdote ortodoxo ruso Alexander Men acudía a citaciones e interrogatorios agotadores de la KGB. Detenían a sus discípulos y los deportaban, y registraban su parroquia poniéndola patas arriba. Era una especie de peligroso enemigo del Estado.
Apenas siete años más tarde, el 9 de septiembre de 1990, fue asesinado con un hacha en un camino en el bosque, mientras se dirigía a celebrar misa. Rusia se conmocionó.
Boris Yeltsin, que entonces era presidente del Soviet Supremo de lo que todavía era la Unión Soviética, pidió un minuto de silencio en la cámara. Para entonces Alexander Men se había convertido en el cura más famoso de Rusia.
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