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PRENSA

Todos somos acogidos, todos somos refugiados

Fernando de Haro
15/09/2015 - Páginas Digital

La foto está tomada en la frontera de Macedonia el pasado jueves, en una carretera en la que diluvia. En la imagen domina el gris, un gris claro creado por la cortina de agua y por el asfalto que están en el campo. Dos coches se distinguen detrás de la manta del aguacero. Uno viene, sus luces delanteras se descomponen, y otro va.
En el centro de la imagen, un hombre de edad media. Esta chorreando. Calza deportivas, viste vaqueros y una camiseta sobre la que lleva un chubasquero largo. El hombre de la foto lleva en brazos una niña. La niña pesa, la niña tiene entre 7 y 8 años y se agarra con fuerza al cuello de su padre. La niña también calza zapatillas, viste pantalón pirata. El padre sostiene con fuerza a su hija con uno de sus brazos. La otra mano se la lleva a la boca para darle más fuerza a su grito. Porque el hombre de la foto está gritando, gritando a pleno pulmón, con la boca muy abierta, a pesar de que el plano no está cerrado se le distinguen los dientes.
Es la foto de un padre que grita en medio de la tormenta, la foto de un padre que busca un hogar para su hija. No sabemos si viene de Alepo, de Malula, de Damasco. No sabemos qué grita. No sabemos cuántas bombas ha visto caer esa niña, cuánta gente ha visto morir –un niño nunca debe ver cosas feas–, no sabemos cuánta hambre ha pasado. No sabemos cuántas angustias ha pasado ese padre.
El padre de la foto carga con su hija y grita. Que gritar es pedir, no sabemos lo que grita pero sabemos que pide hospitalidad, mendiga acogida...

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