Los mejores pensamientos son los pensamientos caminados, dice Nietzsche. Pero son mejores todavía los pensamientos caminados y conversados; los que brotan no de la solitaria divagación, sino del intercambio entre dos inteligencias caldeadas por la amistad, aguzadas por el hábito de la disputa cordial y exigente. Admiramos las Ensoñaciones del paseante solitario, de Rousseau, pero también nos damos cuenta de cómo la soledad puede aproximarse a la obsesión y al delirio. En La vida de Samuel Johnson, de James Boswell, hay tanta inteligencia y tanta capacidad de observación y escrutinio como en las mejores páginas de Rousseau, pero hay también agitación, alegría, burla, picaresca, disfrute de la vida y sobre todo, junto al impulso caminante, el caudal continuo de las conversaciones, la comedia de las voces humanas mezclada a los ruidos que intuimos aunque no los oigamos, el de los vasos y las carcajadas de los bebedores en una taberna, el de la cena en un reservado, el de la ciudad, Londres, por la que andan siempre de un lado a otro el doctor Johnson y su discípulo Boswell, y en torno a ellos los amigos con los que se encuentran y los desconocidos con los que traban alegremente una conversación.
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