Hace un año el recién proclamado califato lanzó un ultimátum a los cristianos que resistían en Mosul: abrazar el islam o la espada. Los últimos feligreses terminaron huyendo de la segunda ciudad de Irak en dirección a la región autónoma del Kurdistán iraquí. Doce meses después del éxodo, son pocos los que confían en recuperar la vida que dejaron atrás. "Más de 125.000 cristianos fueron forzados a abandonar sus casas y la tierra en la que habían nacido", recuerda a EL MUNDO el arzobispo caldeo de Erbil Bashir Warda desde la sede de la Iglesia Católica Caldea, la principal rama que profesan la moribunda comunidad cristiana iraquí, en la capital del Kurdistán.
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