Era de esperar que, con motivo del primer aniversario de la creación del Califato, el 29 de junio, sus seguidores cometieran algún acto terrorista. Y el modelo ha sido el mismo de los últimos 12 meses: varios atentados de naturaleza y escala distintas en Occidente y en Oriente. En Europa no es necesario un nuevo 11-S ni una nueva masacre de Atocha, basta con decapitar a un hombre en Lyon, “en nombre del Estado Islámico”, para causar el pánico entre la población. En Túnez funcionan mejor las matanzas de turistas, mientras que en Kuwait, Yemen y Arabia Saudí, la modalidad escogida es la de las bombas en mezquitas chiíes.
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