Cuando oigo alguna de las cantatas de Bach, me entran ganas de abrir la ventana y gritar que la existencia sí merece la pena. Como cuando veo una película de John Ford, disfruto de una puesta de sol en Bayona, paladeo una buena tortilla de patata o sueño con que vuelvo a jugar al fútbol.
La música de Bach es una de las cosas que más me gustan en esta vida. Siempre me ha acompañado y me ha hecho mejor persona. La paradoja es que este genio se afanó en componer una obra de naturaleza religiosa cuando, en realidad, no hay nada que mejor refleje la alegría de vivir y los goces materiales que sus creaciones tan divinamente humanas.
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