LA matanza de un centenar y medio de estudiantes cristianos en la universidad de Garissa (Kenia) a manos de un grupo de asesinos islamistas confirma una vez más la espantosa certeza de que, en el globalizado siglo XXI, los miembros de las diferentes confesiones cristianas han devenido, en los países de mayoría musulmana, chivos expiatorios de las frustraciones políticas y económicas de poblaciones formadas por lo que Hans Magnus Enzensberger definió, poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, como «perdedores radicales». Los cristianos ocupan hoy en la Casa del Islam un lugar semejante al que la Europa suicida de la primera mitad del siglo pasado reservó a los judíos.
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