No había despuntado el alba del sábado 7 de marzo, cuando de Barajas despegaban varios aviones cargados de españoles que iban a pasar el día en Roma. Otros volaban desde otros puntos de la geografía española: Barcelona, Valencia, Canarias, Granada, Castellón… ¡Extraña excursión! Puede parecer derroche el viajar para una sola jornada y, en efecto, en muchos casos era un sacrificio considerable. El viaje podría describirse en términos parecidos a los que emprende un amante cuando persigue al amor de su vida. Cuando es así, no se escatima. Fuimos con la certeza de que sería ocasión de renovar aquel encuentro –con un hombre, con una mujer, con un grupo de amigos– que cada uno lleva en su historia. El encuentro en el que descubrimos una vibración humana que nos pareció envidiable, y así comenzó nuestro decirnos cristianos. En ese momento concreto y definido de la vida de cada uno de los que viajábamos a Roma, había entrado una Presencia humana que queríamos seguir. No fue diferente a lo que nos ha llevado a Roma el 7 de marzo. A principios de febrero de este año, cada uno de los miembros de la Fraternidad de Comunión y Liberación recibíamos una carta de Julián Carrón, sacerdote de la diócesis de Madrid, y actual Presidente de la Fraternidad, en la que nos invitaba a ir a Roma a la audiencia con el Papa Francisco con motivo del décimo aniversario de la muerte de don Giussani. Y a hacerlo –nos pedía– con la «sencillez para reconocer que la vida de cada uno depende del vínculo con un hombre en el que Cristo testimonia su perenne verdad en el hoy». Es decir, viajábamos para «aprender del Papa Francisco cómo ser cristianos en un mundo en tan rápida transformación».
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