Numerosos occidentales están llegando a Irak y Siria no para unirse a las filas del Estado Islámico —o mejor dicho Daesh, el término que los yihadistas aborrecen—, sino para actuar como instructores o combatientes en diversas formaciones cristianas que luchan contra el avance de los responsables y autores del ataque más cruel y efectivo contra la bimilenaria presencia cristiana en la región desde los tiempos de la primera expansión musulmana a mediados del siglo VII.
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