En este mes de octubre de 2014, Su Eminencia D. Antonio María Rouco Varela concluye su ministerio en la Diócesis de Madrid tras veinte años de servicio, que constituyen la culminación de una extensa y dilatada vida, siempre consagrada a la Iglesia, en cuerpo y alma.
Es por eso por lo que deseo aprovechar la oportunidad para expresar públicamente un testimonio de acción de gracias a Dios por parte de nuestra familia por la vida de nuestro querido Tucho. Así le llamamos.
Nuestra familia ha vivido de forma muy cercana y gozosa esa trayectoria. Bien pronto sentimos motivos para el orgullo cuando consiguió una beca para estudiar en Alemania y llegó a ser profesor primero en Múnich y luego en Salamanca, además de ser vicerrector de la Universidad Pontificia.
La primera vez que de la que tengo memoria consciente de Tucho se sitúa a principios de los años 70. Pese a su juventud me pareció un intelectual avanzado. Eran tiempos de cambio en la sociedad y también en la Iglesia, en la que se profundizaba en la doctrina del Concilio Vaticano II.
También los años finales de la vida de Franco, que conservaba el privilegio de aceptar una terna en los nombramientos de obispo. Y ya se podía leer en alguna de las revistas de temas de actualidad que Franco había rechazado a Tucho en la terna para nombramientos episcopales. ¡Qué paradoja! Para el «régimen» de entonces, un cura «progre», y hoy, para muchos que pertenecen a sectores de esa «orientación», un «cura carca». Nosotros tenemos la certeza de que Tucho siempre fue el mismo.
Creo que él quizá hubiera personalmente preferido continuar su trayectoria docente e intelectual en la Universidad. Y, sin embargo, estoy seguro de que, animado por un sincero sentido del deber, aceptó la llamada episcopal en 1976.
Esa elección episcopal se vivió en nuestra sencilla familia, profundamente cristiana, con gran alegría.
Pese a ser un hombre plenamente entregado a la Iglesia, Tucho siempre ha mantenido una estrecha vinculación con la familia. Interesándose por la vida y las inquietudes de todos. No ha querido perderse ninguna de nuestras bodas y los bautizos de nuestros hijos; e incluso las primeras comuniones, que ha celebrado personalmente. Tampoco ha faltado en los momentos de dolor, presto para el consuelo y cercanía, además de la oración…
Tucho no ha dejado de contar con la familia en todos los momentos importantes de su vida: cuando toma posesión como arzobispo de Santiago de Compostela ( junio de 1984); o de Madrid ( junio de 1994); o cuando fue designado cardenal (Roma, febrero de 1998), por solo citar los más significativos.
De todos esos momentos me impresionaron acaso en mayor medida los que nos brindaron la oportunidad de saludar a Juan Pablo II, una personalidad que me parece ha tenido una influencia clave en nuestro tío.
Todavía me sigue sorprendiendo su cercanía y sincero interés por la vida y ocupaciones de cada uno de nosotros. Siempre que hemos tenido una oportunidad para el encuentro personal, resulta notable su memoria para detalles y aspectos de cada uno de nosotros que cualquier otro olvidaría fácilmente.
Conocemos que la figura de nuestro tío, el cardenal Rouco Varela, no está exenta de controversia, al menos para ciertos sectores. En nuestro país, desgraciadamente, ocurren estas cosas. Los grandes hombres, incluso los mejores intelectuales, son a menudo vilipendiados. Nos causan dolor las difamaciones que recibe.
Pensamos que no se habla lo suficiente de su trabajo callado, silencioso, de la ingente labor en pro de los necesitados y de la gente humilde y sencilla; y de la magnitud de su pontificado como pastor de la Diócesis madrileña y de la de Galicia, o, en definitiva, al servicio de la Iglesia española; o de su gran obra intelectual, como canonista o como promotor de los estudios teológicos, de su defensa de los Derechos fundamentales de la Persona… Se desconoce, por ejemplo, que cuando le hemos llamado para felicitarle la Navidad no está en casa porque está compartiendo esos momentos o con los presos o con la gente necesitada; ni jamás ha difundido sus innumerables visitas a los enfermos, a los hospitales o tantas y tantas buenas cosas… que solo conoce Dios y que él no divulgará.
Yo deseo terminar reiterando la acción de gracias a Dios de nuestra familia por la persona y por la vida de nuestro tío. Para mí, para todos nosotros, constituye un auténtico honor y motivo de honda satisfacción llevar su apellido y que sea miembro de nuestra familia… Nos llena de orgullo y de alegría que la fe sencilla en que nos educamos, que nos transmitieron nuestros padres, a nuestros padres nuestros abuelos y a nuestros abuelos nuestros bisabuelos… haya dado frutos y frutos en abundancia en su persona. Nosotros a partir de ahora, como él nos asegura, tendremos más tiempo para disfrutar de su compañía.
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