“El cristianismo no es una lista de batallas que librar sino la apertura a la sorpresa de Dios”. El padre Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, la histórica revista de los jesuitas, visita el Meeting de Rimini. Hablamos con él sobre los principales desafíos a los que se enfrenta la Iglesia, pero sobre todo sobre la personalidad y el método de Francisco, al que Spadaro conoce muy bien.
Padre Spadaro, usted ha podido acompañar a Francisco a Corea. Partiendo de todo lo que el Papa ha dicho y hecho, ¿ha habido una verdadera “novedad” en este viaje?
Las novedades no son un scoop o una idea abstracta. La verdadera novedad es el Evangelio –predicado desde hace dos mil años– aplicado a la vida actual. En este sentido, el viaje de Francisco lleva dentro muchas “novedades”. Sin duda, el hecho es que Corea es la puerta de Asia, como Lampedusa es la puerta de Europa. Corea es una de esas periferias tan queridas para Bergoglio porque es un lugar de frontera. Su historia nos habla de las influencias tanto culturalmente pacíficas como trágicamente violentas del Imperio Celeste, la China, y de Japón. Corea ha encarnado las tensiones de la guerra fría entre Rusia y Estados Unidos, y todavía vive en su seno las tensiones geopolíticas de la segunda mitad del siglo XX. Pero sobre todo es una tierra de etnias multiformes y tradiciones antiquísimas y diferentes entre sí, como la confuciana y la chamánica, que plasman profundamente la sensibilidad de los creyentes. Por tanto, frontera cultural y espiritual. Pero debo decir que el elemento que más me ha impresionado de los contenidos del viaje es el discurso a los obispos de Asia y la superación del contexto de “diálogo”, que se ha convertido en “empatía”. En eso consiste el desafío de no limitarnos a escuchar las palabras que otros pronuncian sino de captar la comunicación no dicha de sus experiencias, sus esperanzas, sus aspiraciones, sus dificultades y lo que llevan en el corazón. Aquí Francisco pide una actitud espiritual que va más allá de las palabras. La condición del diálogo que él propone va ligada por tanto a una mirada de atención profundamente espiritual que sabe ir más allá de las apariencias y de los discursos correctamente formulados. Se trata de una sensibilidad espiritual que está en las bases fundamentales de la misión, que no se basa solo en una escucha no valorativa o funcional sino que se concentra en la comprensión de los sentimientos y necesidades fundamentales de la otra persona.
Usted ha hablado en el Meeting sobre el tema “La verdad es un encuentro”. En su opinión, ¿la persona, el carisma y el método de Francisco en qué han renovado durante este tiempo el encuentro con la persona de Cristo, corazón del hecho cristiano? Entre otras cosas, hoy existen minorías del mundo católico que objetan a Francisco el inclinarse ante la simpatía del “mundo”… ¿Qué piensa usted?
El hecho es que el cristianismo no es una enciclopedia de contenidos y valores, ni una lista de batallas que librar, sino la apertura a la sorpresa de Dios. Sin la experiencia de su presencia, sin el encuentro con la persona de Cristo, el cristianismo se convierte en una ideología rígida. ¡Pero atención! A Dios se le puede buscar y encontrar en cualquier parte del mundo. Él está presente y activo en el mundo y en la historia. No está dicho que sea donde nosotros creemos que es. Por tanto, el respiro de Francisco es universal, curioso, abierto, “en salida”. Esta visión llega a tocar incluso el concepto de identidad, por lo que no tiene nada de rígido. Para él, nuestra identidad como cristianos consiste en definitiva en el compromiso de adorar solo a Dios y amarnos los unos a los otros, de estar al servicio los unos de los otros y mostrar mediante nuestro ejemplo no solo en qué creemos sino también qué esperamos y quién es Aquel en el que hemos puesto nuestra confianza. La identidad de la que habla el Papa tiene por tanto un foco fundamental dirigido al futuro: revela no solo quiénes somos ahora sino también qué es lo que esperamos. La identidad de un cristiano no es una enciclopedia de certezas que generan batallas ideológicas sino la razón de nuestra esperanza, un encuentro con el Señor que está ante nosotros pero que nos anima desde dentro. Como ha escrito en la Evangelii Gaudium nunca hay que “mostrar más fanatismo que auténtico fervor”.
¿No tiene usted la impresión de que la renovación pedida por Francisco encuentra su acogida más difícil entre los católicos, en vez de entre los que están fuera de la Iglesia? En parte como si Francisco nos hubiera arrinconado a todos…
En un mundo complejo y en rápida transformación, Francisco pide a los cristianos que estén disponibles para buscar formas y modos de comunicar con un lenguaje comprensible la novedad del Evangelio. La carta del cardenal Parolin al obispo de Rimini cita la Evangelii Gaudium cuando escribe: “Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino” (ibid., 46). Es decir, el Papa pide una “sencillez” radical que testimonie el Evangelio también en la sencillez de nuestra vida, en la sencillez de nuestra forma de comunicar, en la sencillez de nuestras obras de servicio. La gran parte de los católicos siente y acompaña los pasos de Francisco con entusiasmo, podemos verlo. Es interesante el hecho de que hoy el mensaje del Evangelio llega a lugares que antes eran difícilmente sensibles. El hecho de que llegue “lejos” no siempre se conjuga con el hecho de que llegue íntegro y completo. Para quien está acostumbrado a una comunicación institucional y formal, “pura”, esto es un hecho que desorienta. Sobre todo me parece entender que un mensaje tan sencillo llega a la gente directamente y sin necesidad de mediadores ni hermeneutas. Esto también genera un cierto malestar. Sin duda el enfoque de Francisco suscita resistencias que hacen ruido dentro de un perímetro cerrado.
A propósito de los pueblos perseguidos por los islamistas en Iraq y Siria, Francisco ha definido como “lícito detener al agresor injusto”. Y se ha apelado a la ONU. Hay quien ha dicho que Francisco habría reescrito la noción de guerra justa. ¿Hoy se pueden oponer las decisiones de Juan Pablo II a las de Francisco en cuestiones de guerra y salvaguarda de la persona y de los pueblos?
Ante todo, lo de oponer un pontífice al otro me parece un deporte de círculos facciosos. El enfoque opositor o de simple confrontación no da razones de la originalidad del momento histórico. Sobre las palabras de Francisco en relación a Oriente Medio deberíamos recordar los llamamientos de Juan Pablo II contra la guerra promovida contra el dictador Saddam Hussein en 2003, pero sobre todo sobre las masacres y la “limpieza étnica” en los Balcanes a principios y finales de los años noventa. Juan Pablo II en enero de 1993, en un discurso al cuerpo diplomático, a propósito de la situación en Yugoslavia, dijo que si todas las posibilidades ofrecidas por las negociaciones diplomáticas se habían puesto en marcha y, a pesar de ello, poblaciones enteras corrían el riesgo de sucumbir ante los golpes de un agresor injusto, “los estados ya no tienen derecho a la indiferencia. Más bien parece que su deber sea desarmar a este agresor”. Un año después, en enero de 1994, Juan Pablo II explicó que “la Sede Apostólica, por su parte, no deja de recordar el principio de intervención humanitaria. No en primer lugar una intervención de tipo militar sino todo tipo de acción que mire a un desarme del agresor”. Por tanto la posición es esta: detener, desarmar. Los bombardeos y las intervenciones a las que hemos asistido en los últimos años no han resuelto nada. De hecho, han creado monstruos aún peores con los que tenemos que enfrentarnos ahora. El Papa Francisco tiene muy presente esta dinámica perversa. Su iniciativa de oración por Siria en este sentido ha sido ejemplar, como lo fue la de Juan Pablo II –que por desgracia no se escuchó– contra la guerra de Iraq.
En referencia a las relaciones entre cristianismo e islam: ¿en su opinión está en marcha un “choque de civilizaciones”? ¿Por qué?
No. El Gran Muftí de Arabia Saudita ha declarado que “el Estado Islámico y al-Qaeda son apóstatas”. Se ha apelado a todos los musulmanes para que se unan en el combate a esta doctrina extremista. También su homólogo egipcio ha intervenido denunciando al Califato islámico como una amenaza para el islam. El Gran Muftí turco ha reiterado que las atrocidades cometidas en Iraq y Siria no tienen cabida en la religión musulmana y que son una enfermedad de la sociedad, no justificables en el islam ni en ninguno de sus grupos. En la misma línea se ha expresado el secretario general de la Organización para la Cooperación Islámica.
Un último comentario sobre una “confrontación a distancia”: Benedicto XVI y Francisco respecto al Concilio. ¿Hay uno más “conciliar” que el otro? ¿En qué son ambos hijos del Concilio?
Precisamente he dedicado un volumen al paso de testigo entre los dos pontífices titulado “De Benedicto a Francisco”. Verdaderamente ha sido un paso de testigo y no una renuncia y una aceptación. Por tanto, un evento de dimensión espiritual. Dicho esto, de nuevo me parece inútil, dañino y poco sensato hacer clasificaciones. Puedo decir que la propuesta del Papa Francisco es “profética”. El profeta es para Congar aquel que “confiere al movimiento del tiempo su verdadera relación con el designio de Dios”. En este sentido, el Papa Francisco es un Papa del Concilio, pero no simplemente en el sentido de que lo repite y lo defiende, sino en el sentido de captar el valor íntimo de la dinámica de lectura del Evangelio actualizada al momento presente, una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea y a la luz de la historia, de las situaciones concretas. Y luego, como me dijo en la entrevista que le hice, “hay que ir hacia adelante”.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón