Por primera vez en más de 1.600 años no hay misa dominical en Mosul, la segunda ciudad de Irak. Tampoco quedan fieles que procesionen hasta las catedrales caldea y ortodoxa siria. Las cruces que se alzaban en sus fachadas han sido arrancadas. La urbe, llena de cráteres por los coches bomba que han asolado su geografía los últimos años, ha perdido a sus últimos habitantes cristianos, expulsados por el ultimátum de los extremistas del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés) que capturaron el enclave el 9 de junio. «Todos los cristianos se han marchado. El Estado Islámico les dio a elegir: convertirse al islam, pagar la jiziya (impuesto) o la espada. Y, aunque algunos estuvieron de acuerdo con abonar el impuesto para seguir viviendo en la ciudad, el IS les amenazó de muerte a todos», relata vía telefónica a EL MUNDO Ibrahim, un joven de Mosul que proporciona un nombre ficticio por miedo a represalias.
Los yihadistas han ido asfixiando a la otrora vibrante comunidad cristiana de Mosul. Despidieron a los fieles que tenían un puesto en la Administración pública y han estrechado su asedio excluyendo a las familias cristianas del reparto de alimentos.
«Han confiscado las propiedades de quienes se marcharon y ni siquiera respetaron su salida. En los puestos de control les requisaron dinero y vehículos», denuncia a este diario el suní Atheel al Nujaifi, gobernador de la ciudad en el exilio. Los militantes del IS han marcado las viviendas de los desterrados con las letras en árabe n –de nasrani, una palabra usada peyorativamente para nombrar a los cristianos– y r–de rafidi, un vocablo empleado por los suníes para referirse a los chiíes–.
Las casas, que lucen ahora la leyenda «propiedad del Estado Islámico», han sido entregadas a familias suníes sin recursos. El ultimátum a los cristianos, divulgado en pasquines y megáfonos tras el rezo del viernes, expiró el sábado. Para entonces, Mosul se había vaciado. «No hay estadísticas, pero la mayoría de los cristianos ha huido», agrega Al Nujaifi.
La situación de la ciudad es catastrófica. «No es cierto que hayan cortado el agua y la electricidad en los hogares cristianos o chiíes o en aquellos habitados por quienes consideran infieles. Sencillamente no hay agua ni electricidad para nadie», señala el gobernador, que mantiene contacto directo con funcionarios que permanecen en Mosul. E Ibrahim lo confirma: «Hay barrios en los que el abastecimiento de agua es algo mejor. En cuanto a la electricidad, sólo tenemos de dos a cuatro horas de luz diarias».
La carestía se ha agravado después de que los ataques aéreos del ejército iraquí alcanzaran una de las centrales de suministro de agua remozada recientemente. «Los bombardeos están destruyendo las depuradoras y las instalaciones eléctricas. El Gobierno central quiere obligarnos a escapar de la ciudad», dice el comerciante Abu Yunes.
Unos días después de la toma de Mosul, el IS distribuyó un panfleto prohibiendo la venta de alcohol y cigarros y exigiendo que las mujeres vistieran con «recato». Tras varias semanas de cierta laxitud, el código –fiel a la interpretación más rigorista de la sharia (ley islámica)– ha comenzado a aplicarse sin clemencia. «Han repartido nuevos folletos explicando cómo deber ser la vestimenta de la mujer; y los militantes del IS, entre los que hay saudíes, argelinos o franceses, patrullan las calles y efectúan un control muy severo», indica Ibrahim.
Bajo el puño de hierro de los radicales, la vida comercial ha agonizado. «Todo está detenido. Los únicos negocios que funcionan son aquellos que comercian con alimentos básicos y ropa. El pueblo está aterrorizado. Los que están dentro de la ciudad piensan en salir y los que se marcharon no saben qué hacer fuera. Todos temen al futuro», confiesa Abu Yunes. «Nos han dejado aquí a nuestra suerte. Es una vida muy dura que tiene sabor a muerte», replica Ibrahim.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón