LA modesta celebración anunciada para la proclamación del Rey es un signo preocupante de los complejos con los que se mira a nuestra institución monárquica. ¿Por qué nos avergonzamos de lo que somos? Para empezar se suprime la celebración de la Misa que acompaña a la investidura de nuestros Reyes desde tiempos inmemoriales. Se aduce la laicidad del Estado. Y, entonces, ¿le van a cortar a la Corona que estará ante el Rey cuando jure la cruz con la que está rematada? Es el signo cristiano por antonomasia... No hace falta ser católico ni creyente para compartir que en la Monarquía española la Misa de la proclamación reivindica sus orígenes. Y esos orígenes se pueden ir adaptando con el paso de los años sin necesidad de suprimirlos. Por ejemplo, el 27 de noviembre de 1975, Don Juan Carlos optó por sustituir el tradicional Te Deum cantado en una Misa por la celebración de una Misa del Espíritu Santo. Como se puede leer en el ABC de esa fecha, el propio Rey estimaba que casi sin empezar su reinado tenía más razones para pedir gracias y luces al Espíritu Santo que para elevar un himno de acción de gracias.
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