El pasado 13 de marzo me buscó una redactora de una televisión para valorar el primer año del pontificado de Francisco. Continuamente buscaba, sin mala intención, contraposiciones tópicas entre Benedicto y Francisco, y sacaba a pasear lo que denominaba “la opinión de la gente”: según esa opinión Francisco sería “más moderno, cercano y permisivo” (sic), y claro, eso explicaba su entusiasmo. Mis respuestas no fueron complacientes (aunque habría sido lo más fácil), hasta que llegó un momento en que con todo aplomo me espetó: “sí, quizás esa sea la verdad, pero aquí lo único que importa es lo que parece, no lo que es”. Le dije entonces a mi colega que, como periodista, soy muy consciente de cuánto importa la apariencia, pero que si la realidad no contase ya nada la vida se convertiría en puro cinismo.
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