El Papa Francisco es un río en creciente. No se cansa de comunicar lo que vive, la sobreabundancia de una relación que lo hace libre y gozoso, lleno de vida. Por eso es casi inevitable que de un modo u otro haya muchos que traten de ser intérpretes de su pensamiento. Sinceramente, me da un poco de miedo definir algo de este hombre que nos supera siempre en todos los sentidos. Muchas veces se escucha: “el Papa quiere decir esto…”, “el rasgo característico de este Papa es éste…”. Vaticanistas, periodistas, teólogos, evidentemente todos buscan hacer lo mejor posible su trabajo, y tal vez quisieran lograr el scoop del año. Pero explicar al Papa Francisco realmente es una tarea difícil, porque cuando la persona que tenemos delante más pone de manifiesto su irreductibilidad, su originalidad, podríamos decir su estar lleno del Espíritu Santo, menos se la puede “comprender”, en el sentido de abarcarla en una definición, en una explicación. Deberemos aprender de la gente sencilla. Tal como nos ha hecho ver el Papa –y se lo puede constatar aquí en Brasil, en Aparecida- lo que más desea el pueblo sencillo es mirar, tocar para quedar curado, aprender, “estar con él”.
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