Se ha dicho que El Greco es pintor de almas; pero podríamos decir que es pintor de cuerpos gloriosos, pintor de criaturas liberadas de los cuidados, tentaciones y pecados de nuestra andadura mortal, traspasadas de luz, porque están –en cada vena y arteria, en cada víscera secreta, en cada vuelta y revuelta de los intestinos, en cada célula– llenas de Dios.
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