Tres monumentos funerarios de una extrema belleza –el Doncel de Sigüenza, en Sigüenza; el obispo Tostado en Ávila, y el Inquisidor del Corro en San Vicente de la Barquera– siguen dejando perplejos a quienes los miran, porque aquellos muertos leen; no están durmiendo, velan. Y como si recibieran a sus visitantes, ciertamente, como en su estancia de estudio, llena de un apacible silencio y quietud; y, entonces, ni recuerdo de muerte: esperamos que alcen los ojos del libro para comenzar una conversación.
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