Hay revoluciones que llegan silenciosas con pies de paloma, mientras que otras llegan como jinetes desbocados saltando por trancas y barrancas. Las primeras son más profundas por ser el resultado de ideas administradas ininterrumpidamente en pequeñas dosis a lo largo de un periodo amplio de tiempo. Solo quienes aplican su oído al suelo perciben las convulsiones previas a los volcanes y terremotos y con ellas las revoluciones que llegan incoercibles. ¿Qué trasmutación ha tenido lugar en la Iglesia católica para que en el último cónclave los cardenales hayan elegido al actual sucesor de San Pedro? En un sentido esta elección tiene todas las condiciones de normalidad tanto teológica como jurídica, pero a la vez significa un vuelco en la historia de esta institución que ha tenido a su cabeza en los últimos siglos de historia moderna solo papas europeos hasta llegar hoy a un argentino.
¿Es realmente un vuelco? Europa ha dejado de ser el centro de referencia de la Iglesia católica y se ha pensado en alguien que viniera no del centro, sino de la periferia, no de las naciones ricas y líderes en la política mundial. Giro de Europa a otro continente, del norte al sur, de una persona del clero secular, al que pertenecieron casi siempre hasta ahora los cardenales, a una proveniente de una orden religiosa, de una que precisamente tiene en sus estatutos la prohibición de que sus miembros aspiren a puestos con poder en la Iglesia: los jesuitas, a la vez que tienen un voto de obediencia al Papa ¿Se ha querido poner a la misma persona al frente de la Compañía y de la Iglesia? ¿Tienen una y otra los mismos problemas y necesidades? ¿Han seguido el mismo ritmo en los decenios posconciliares?
En toda gran decisión de la Iglesia hay factores sobrenaturales derivados de la presencia de Cristo y de la acción del Espíritu santo en las conciencias, que impulsan a discernir las realidades humanas y corresponder a ellas con las soluciones aptas para hacer presente el Evangelio. ¿En qué razones humanas pueden haberse concretado esos impulsos espirituales a la hora de pensar en el nuevo pastor de la Iglesia universal? Tendríamos que comenzar hablando de lo que se ha designado «la excepción europea». Esta afecta a los dos poderes primordiales de la existencia: la vida biológica y la vida espiritual, la natalidad y la fe. En Europa cae el crecimiento biológico y cae la fe, mientras que en el resto del mundo aumentan la vida y la fe. Aumentan en aquellas regiones más modernas, liberales y democráticas, como pueden ser los Estados Unidos y en aquellas otras que han recibido el Evangelio más tarde, como pueden ser Asia y África. En Europa casi nadie se atreve a pronunciar en público el santo nombre de Dios, ni a dejarse ver en tiempos de elecciones unido a una autoridad religiosa, por temor a perder votos, mientras que Obama comienza su campaña con un acto de oración presidido por el cardenal de Nueva York, teniendo a su lado a ambos candidatos: el demócrata y el republicano. ¿Quiere esto decir que el catolicismo ve su futuro ligado sobre todo al futuro de esos otros continentes? ¿Que ellos no van a sufrir estas crisis de fe o, por el contrario, que cuando les llegue la modernidad, racionalidad e industrialización estarán entonces donde estamos nosotros hoy? ¿Significa que la religión, hasta ahora unida casi siempre a la cultura rural, va desapareciendo en el momento en que desaparece esta? ¿O significa todo lo contrario?
La América hispano-lusitana es el continente con mayor número de católicos. En ella se han vivido movimientos profundos de conciencia, en orden a llevar la fe a los campos donde predominaban estructuras de violencia, injusticia y falta de libertades. Mientras en Europa el binomio clave de la Iglesia era la relación entre fe y razón, allí ese binomio era otro: fe-justicia. La verdad y el Evangelio tienen que ser concretos mostrando cómo la fe en Jesucristo es fuente de sanación interior y de transformación exterior, manadero de experiencias y de esperanzas. Que algunos intentos llevados a cabo estuvieran teñidos de impulsos interpretativos o de instrumentos activos no coherentes con la fe católica no quita valor a los demás. Hay una teología de la liberación que no es exclusiva de ningún continente ni cultura, sino que es esencial a toda predicación del Evangelio. Esa experiencia, en ejecución y discernimiento, se ha hecho en el continente del que viene el nuevo Papa.
Tenía razón quien dijo que la Iglesia es una institución única y sorprendente porque en ella a los Papas verticales suceden Papas horizontales: a Pío XII le sucedió Juan XXIII, y a Ratzinger, Bergoglio. Podría haber añadido que en esa Iglesia la continuidad se da por la interrupción de unos acentos con la introducción de otros nuevos, cuya homogeneidad no siempre es discernible a primera mirada. Así, hoy se podría decir que el gran giro que ha tenido lugar es el de la verdad como primacía (Ratzinger) a la bondad (Bergoglio). Verdad con el rigor que discierne, propio del profesor de la universidad alemana, o la bondad del padre y pastor con la ternura que une. No es fácil encontrar el término «ternura», utilizado por Francisco I en sus primeras palabras, en los gruesos tomos de teología germana, pero sí lo encontramos en los mejores pensadores españoles, como en las páginas tan originales y rompedoras de J. Rof Carballo con su obra «Violencia y ternura». Pero el dilema establecido es demasiado fácil para caracterizar a estos dos Papas, porque el jesuita lleva cosida a sus entretelas interiores la disciplina, el orden y la autoridad, mientras que el teólogo alemán se ha forjado como profesor en San Buenaventura y San Francisco. ¡Nombre este que, por contraste, elige el hijo de San Ignacio, soldado y capitán de los ejércitos espirituales!
La fácil contraposición es una trampa. En primer lugar, porque sabremos más a fondo y de verdad quién es Francisco cuando, cejando en los gestos y signos, comiencen las decisiones y los nombramientos. La contraposición es falsa sobre todo cuando se contraponen verdad y bondad, ternura y rigor, disciplina y revolución. En filosofía se deben distinguir los tres trascendentales: la verdad, la bondad y la belleza, pero no son separables, porque son coextensivos e interactivos. Lo mismo ocurre con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que cada una de ellas reclama y necesita de las otras dos porque ninguna se basta por sí sola. De esta acentuación diversa, necesaria y sucesiva, a la vez que de su conjugación, nacen la plenitud del ser y la plenitud de la existencia cristiana. Solo desde ambas se entiende la historia de la Iglesia católica, y también la historia de los Papas.
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