Con Benedicto XVI, perdemos los ateos al único interlocutor de fuste en el mundo moderno
¿ES Dios, acaso, una isla, aquella cuya ausencia añora la miseria de los hombres y de la cual John Donne habría dado imagen invertida en la conciencia humana: «ningún hombre es una isla, para sí misma plena»? Dios lo es. Puesto que nada determina a un infinito. Ni lo afecta. Isla sería, así, la metáfora primera: no nos dice de los hombres sino aquello de lo cual carecen. Aquello cuya ausencia los desasosiega. Aquello a lo cual Blaise Pascal da forma de paradoja: «¿Creeré que yo soy nada? ¿Creeré que yo soy todo?».
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