Hace ocho años, el 22 de febrero de 2005, murió don Luigi Giussani. Dos días después, en una catedral de Milán llena de gente, el cardenal Ratzinger – a quien Juan Pablo II, gravemente enfermo, había enviado como su delegado personal – le recordaba en una homilía que dejaba transparentar la amistad que le unía y la estima que sentía hacia el fundador de Comunión y Liberación.
«Don Giussani creció en una casa – como él mismo dijo – pobre de pan, pero rica de música, y así desde el inicio fue tocado, es más, herido por el deseo de la belleza; no se contentaba con una belleza cualquiera, una belleza banal: buscaba la belleza misma, la Belleza infinita; y de este modo encontró a Cristo, y en Cristo la verdadera belleza, el camino de la vida, la verdadera alegría». No son frases circunstanciales las que pronunciaba el decano del colegio cardenalicio sino palabras que denotaban la estima y profundo conocimiento del carisma del sacerdote lombardo: «mantuvo siempre la mirada de su vida y de su corazón orientada hacia Cristo. Comprendió así que el cristianismo no es un sistema intelectual, un conjunto de dogmas, un moralismo, sino un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento».
Fue una relación intensa la que hubo entre Ratzinger y Giussani, una amistad humana e intelectual que se tejió durante más de treinta años. El inicio se remonta a los años setenta. Su encuentro está entre los factores que llevaron a una iniciativa que dejará una huella importante en el debate teológico post-conciliar: la revista internacional Communio, en cuya fundación participaron entre otros Von Balthasar y De Lubac.
En los años ochenta son numerosos los encuentros que tienen en Roma, como ha contado en más de una ocasión monseñor Massimo Camisasca, hoy obispo de Reggio Emilia y por aquel entonces uno de los más estrechos colaboradores de Giussani: «Por iniciativa de Angelo Scola y en mi presencia, Giussani iba una o dos veces al año a Roma para cenar con el cardenal Ratzinger. La cita era siempre en la Capilla de San Luis, junto a la basílica de Santa María la Mayor. Siempre sucedía igual: Giussani pedía a Ratzinger la confirmación ortodoxa de sus posiciones, y siempre recibía de él nuevas razones, que sostenían la verdad y la fecundidad».
De estos encuentros también queda huella en el libro De un temperamento un método, que recoge las conversaciones del sacerdote con algunos grupos de Memores Domini, los laicos consagrados de CL. En una de ellas, Giussani recuerda: «El cardenal Ratzinger, hace tres días, cenando con don Massimo, nos decía que lo que le hace sentirse más ligado a nosotros es la concepción del cristianismo como acontecimiento hic et nunc, como acontecimiento aquí y ahora».
En 1986 el cardenal, invitado por el fundador de CL, predica los ejercicios espirituales para los sacerdotes del movimiento en Collevalenza, que después se publicaron en el libro Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor.
En 1993 Ratzinger firma el prólogo del libro Un avvenimento di vita, cioè una storia, que recoge conversaciones y entrevistas realizadas durante quince años, y subraya la necesidad indicada por Giussani de pasar de la utopía post-68 a otra palabra guía: presencia. «El cristianismo es presencia, el aquí y ahora del Señor, que nos impulsa hacia el aquí y ahora de la fe. Y así se aclara la verdadera alternativa: el cristianismo no es teoría ni moralismo, ni ritualismo, sino acontecimiento, encuentro con una presencia, con un Dios que ha entrado en la historia y que entra continuamente».
En 1994 se publica un texto fundamental de Giussani, El sentido de Dios y el hombre moderno. En el prólogo, el cardenal lo define como un libro «que debería ser leído especialmente por los que acogen con escepticismo el anuncio de la fe cristiana (…) Giussani nos muestra cómo las sencillas experiencias fundamentales de cada hombre contienen la búsqueda de Dios, que sigue permaneciendo presente incluso en el ateísmo. (…) Con este librito he comprendido una vez más y de forma nueva por qué monseñor Giussani ha llegado a convertirse en maestro de una generación entera y padre de un vivo movimiento».
Dos años después de la muerte del "Gius", el 24 de marzo de 2007 – ante cien mil miembros del movimiento procedentes de 53 países, reunidos en la plaza de San Pedro con motivo del 25º aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL – Benedicto XVI comenzaba así su discurso: «Mi primer pensamiento va dirigido a vuestro fundador, Monseñor Luigi Giussani, a quien me unen tantos recuerdos y que se convirtió para mí en un verdadero amigo».
El testimonio más reciente se remonta a hace pocos días, cuando el Papa recibió en audiencia a los participantes en la asamblea general de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, acompañados del nuevo superior, Paolo Sottopietra, su predecesor, monseñor Camisasca, nuevo obispo de Reggio Emilia, y el presidente de la Fraternidad de CL, Julián Carrón. Hablando sin papeles, evocó los encuentros que tuvo a lo largo de los años: «Recuerdo bien mis visitas junto a Santa María la Mayor, donde conocí personalmente a don Giussani, conocí su fe, su alegría, su fuerza y la riqueza de sus ideas, la creatividad de su fe. Nació así entre nosotros una gran amistad y, a través de él, conocí también mejor la comunidad de Comunión y Liberación».
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