A nadie debe extrañar que se rían ellos mismos de su capacidad intimidatoria. Porque es insólita. Y sí la ira es muy genuina en la hordas de fanáticos que agitan, la satisfacción por la capacidad de tan efectiva manipulación no puede serlo menos. Quienes movilizan a las masas radicales convocan con entusiasmo en cuanto les comunican que en algún país occidental y remoto hay un nuevo buen pretexto para mostrar fuerza. Y allá mandan a la carne de madrasa y mezquita. A clamar contra Occidente, contra el infiel, el cruzado cristiano o el sionista, pero preferentemente contra el gran satán que es Estados Unidos. A quien, como ahora vemos, en nada parece haber favorecido el «lifting» que le quiso hacer el presidente Barack Obama en el mundo árabe a base de desaires a Israel. Resulta que los norteamericanos están más acosados hoy que bajo Bush. Mal negocio para esta Casa Blanca.
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