«Todos mis razonamientos —escribe Simón Bolívar en la carta al general Urdaneta de septiembre de 1830— llegan a una misma conclusión: no tengo esperanzas de salvar a la patria. Este sentimiento, o mejor dicho, esta convicción, ahoga mis deseos y me sume en la desesperación. Soy de la opinión que todo está perdido y para siempre (...) Si sólo se tratase dehacer un sacrificio, aunque fuese de mi felicidad, de mi vida o de mi honor, créanme que no vacilaría. Pero estoy convencido de que este sacrificio sería inútil, porque cambiar el mundo está por encima del poder de un hombre, y como soy incapaz de hacer la felicidad de mi país, me niego a gobernarlo».
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