El Papa ha mandado una señal fuerte enviando a Milán al cardenal Angelo Scola. Y lo ha hecho consciente de la polvareda mediática que había de levantarse y de no pocos malhumores clericales. Lo ha hecho, también es verdad, tras comprobar que Scola, más allá de tópicos ideológicos e insultos groseros, goza de un amplio y sólido prestigio en el episcopado italiano y en el Colegio cardenalicio.
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