Considero que el libro del Papa es una obra de primera importancia en cuanto a su significado cultural para la vida de fe y para la vida del mundo, no sólo para la vida de la Iglesia, sino también para la cultura en que vivimos. Benedicto XVI ha hecho un gran servicio a la fe, que además necesitábamos, urgentemente. No podíamos seguir con esa especie de parálisis de nuestra fe en Jesucristo, de creer en Jesucristo con una parte, pero no con todo nuestro ser. Ha hecho un servicio al mundo al mostrar respondiendo y afrontando toda clase de objeciones.
Al publicar este libro, el Papa hace un servicio al mundo y lo hace justamente en el hecho de que no se echa para atrás ante ninguna de las objeciones posibles a la fe, y en eso nos da a todos un ejemplo, desde donde estamos cada uno. Es decir, ante quien pone dificultades, las trata con seriedad, no las desprecia. Entra, se toma con seriedad la objeción, la estudia, dice la parte buena que trata de tener, la considera seriamente y, si tiene que responder que está equivocada en algunos aspectos, trata esos aspectos en los que está equivocada.
Para que la inteligencia de la fe se haga inteligencia de la realidad, tenemos que poder afirmar nuestra fe en Jesucristo, de una forma que no la afirmemos sólo con el sentimiento, con la tradición, sino tomándose en serio lo que el mundo rechaza. Aquí lo que hay es una percepción de la realidad que está torcida, equivocada: ésa es la actitud católica. Y en ese sentido, el Santo Padre nos pone una obra católica sobre Jesús, y nos hace el servicio inmenso y precioso de que, cuando uno lo lee, uno se da cuenta de que la visión históricamente más plausible del significado de la persona de Jesús es la que nos ha transmitido la Iglesia, mucho más que otra de las infinitas reconstrucciones que se han tratado. Dejemos que esa visión nos construya a nosotros mismos como personas y como pueblo cristiano.
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