Llevo veinte años siguiendo viajes del Papa, primero del llorado Juan Pablo II y ahora de Benedicto XVI. Y sé hasta qué punto podemos abusar los periodistas de frases hechas, brillantes y lapidarias, para dar lustre a nuestras crónicas. Pero no creo exagerar si digo que la inminente visita del Papa Ratzinger al Reino Unido es seguramente la prueba más dura y comprometida a la que se ha sometido un Pontífice a la hora de abandonar voluntariamente Roma para realizar el oficio de confirmar en la fe a sus hermanos.
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