En las manifestaciones de este fin de semana de apoyo a Garzón, junto a las fotos del magistrado de la Audiencia Nacional, se exhibían retratos de víctimas del franquismo. Se exhibían los retratos, sacados de cajones familiares, y se reclamaba justicia. Como si la legítima exigencia de justicia no hubiera sido satisfecha. Ese gesto, alentado ideológicamente, que cuestiona la gran reparación que supuso la Transición, es el que más pone en cuestión los fundamentos de nuestra democracia
El manifiesto que leyó Almodóvar en la Puerta del Sol pretende destruir la que sin duda es la mayor conquista en nuestros últimos 200 años de historia. La Transición consiguió algo milagroso: las víctimas de la represión franquista, las víctimas políticas de la República, las víctimas de la persecución religiosa y las víctimas de los dos bandos de la Guerra Civil no pasearon las fotos de sus seres queridos, que habían sufrido la violencia, por las calles para reclamar una reparación a la que probablemente tenían derecho pero que era imposible. Se rompió, por una vez, la espiral del odio.
Pero no porque la generación de la Transición cerrase los ojos y renunciara a la justicia. La generación de la Transición era una generación de víctimas. Todos sus miembros tenían alguien cercano en la familia que había sido inhumanamente tratado, humillado, asesinado. Pero supieron reconocer, quizás de un modo inconsciente, que la exigencia de justicia se satisfacía mejor con el perdón que de cualquier otro modo. Honraron la memoria de sus muertos perdonando porque supieron reconocer que el perdón les proporcionaba más justicia que un proceso judicial. Pensaban en el futuro de sus hijos.
Hay una genialidad histórica en esa generación de la Transición. Sin duda estuvieron ayudados por sus padres, por sus tíos, por sus amigos, que mientras exhalaban el último respiro de la vida que se les arrebataba se iban al otro mundo sin odio, perdonando.
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