“Toda la tierra desea ver tu rostro”. En esta frase de la liturgia se esconde el secreto de la Sábana Santa, que continúa atrayendo a millones de personas. Es la atracción por aquel hombre al que la Biblia llama “el más hermoso de los hijos de los hombres”. Y que aquí aparece “fotografiado” como un hombre sometido a brutales suplicios.
La Síndone no es tan solo hoy “una” noticia entre otras, al haber comenzado su Ostensión. Es “la” noticia, siempre. Porque documenta – casi diría que científicamente – la única noticia que, desde el inicio de los tiempos hasta el fin del mundo, resulta verdaderamente importante: la muerte del Hijo de Dios y su resurrección, es decir, la victoria sobre la misma muerte.
Sí, habéis leído bien. Porque la sábana santa no solo ilustra los brutales tormentos que Jesús sufrió, aquel 7 de abril del año 30, con una exacta coincidencia hasta en el más mínimo detalle respecto al relato de los Evangelios; sino que documenta también su resurrección: el hecho histórico más importante de todos los tiempos, sucedido en la mañana del 9 de abril del año 30, en aquel sepulcro junto a las murallas de Jerusalén.
Que Jesús está vivo verdaderamente es un hecho que se puede experimentar – desde hace dos mil años – en la experiencia cristiana. A través de mil signos y de una vida nueva. Pero la síndone nos muestra los signos del hecho de su resurrección.
Nos lo indican tanto la medicina legal como los hallazgos científicos realizados a partir del estudio de detalle de la sábana, con el uso de instrumental sofisticado. De forma que la misteriosa tela de lino se convierte en una “carta” muy especial, escrita sobre todo para los hombres de nuestra generación; pues hoy en día, por primera vez, y gracias a la tecnología existente, es posible detectar pruebas de todo esto.
¿Qué es lo que han podido confirmar, de hecho, los especialistas? En resumen, tres cosas.
Primero. Que esta tela – cuya hechura nos remite al Oriente Medio del siglo I y, en particular, a tejedores artesanos judíos (pues no hay mezcla de lino con tejidos de origen animal, como manda el Deuteronomio) – ha arropado con total certeza el cuerpo de un hombre muerto de unos treinta años (muerto en el suplicio de la crucifixión, y sometido a otros tormentos que solo se han documentado en el caso de Jesús de Nazaret).
Que ha envuelto un cadáver nos lo indica con certeza el “rigor mortis” del cuerpo, los restos de sangre del costado (sangre ésta de un hombre ya muerto) y la misma herida del costado que le ha rasgado el corazón.
Segundo. Sabemos también con certeza que este cuerpo muerto no ha estado envuelto en la sábana más de 36-40 horas, ya que, al microscopio, no se halla traza alguna sobre la síndone de putrefacción (la cual, de hecho, comienza a partir del periodo de horas citado): en efecto, Jesús –según los Evangelios- permaneció en el sepulcro desde la 6 de la tarde del viernes hasta el amanecer del domingo. Unas 35 horas.
Tercera observación cierta, la más impresionante de todas. El cuerpo – tras aquellas 36 horas – se ha liberado del envoltorio de la sábana, sucediendo esto sin que el cuerpo hubiera realizado movimiento alguno dentro de la sábana; ni fue movido por otros ni se movió por sí mismo: es como si el cuerpo hubiera atravesado, literalmente, la sábana.
¿Cómo puede la síndone probar esto? Fácil. Lo indica la observación al microscopio de los coágulos de sangre.
Escribe Bárbara Frale en un reciente libro suyo: “grandes cantidades de sangre penetraron en las fibras de lino en varios puntos, dando lugar a muchos coágulos grandes que, una vez secos, se convirtieron en grumos grandes de un material duro y, a la vez, muy frágil, adhiriendo así la carne al tejido como si se tratara de sellos lacrados. Ninguno de estos coágulos está roto y su forma se conserva íntegra, como si la carne adherida al lino siguiera exactamente en la misma posición”.
El estudio microscópico de los coágulos revela que el cuerpo se liberó de la sábana sin realizar movimiento alguno, como si la hubiera atravesado. Esta no es una cualidad física de los cuerpos normales: de hecho, corresponde solo a las características físicas de un solo caso histórico, que de nuevo resulta ser el mismo caso que documentan los Evangelios.
En ellos, de hecho, se relata que el cuerpo de Jesús que aparece tras la resurrección es su mismo cuerpo, que todavía tiene las heridas de las manos y de los pies; un cuerpo de carne, hasta tal punto que Jesús, para convencer a los suyos de que no es un fantasma, come con ellos pescado; solo que su cuerpo ha adquirido cualidades físicas nuevas, ya no limitadas por el tiempo y el espacio.
Puede aparecer y desaparecer cuando y donde quiere, puede atravesar paredes: es el cuerpo glorioso, como serán también nuestros cuerpos divinizados tras la resurrección.
Se trata, por tanto, de un caso bien distinto al de la resurrección de Lázaro, al que Jesús devolvió a la vida. La resurrección de Jesús – tal y como se recoge en los Evangelios y se documenta en la Sábana Santa – es la glorificación de la carne, liberada ya de los límites físicos de las tres dimensiones, el inicio de “un cielo nuevo y una tierra nueva”.
La “prueba” experimental de esta presencia misteriosa de Jesús es justamente la experiencia cristiana: Jesús continúa manifestando su presencia a los suyos, y sigue haciendo los mismos milagros que hacía hace dos mil años, incluso algunos de ellos aún más extraordinarios.
Pero la Sábana Santa documenta de manera científicamente verificable el caso único del cuerpo de un hombre muerto que – en lugar de corromperse – vuelve a la vida, liberándose de la tela sin movimiento, gracias a la adquisición de cualidades físicas nuevas y misteriosas, que le permiten desmaterializarse repentinamente y atravesar las barreras físicas (empezando por la sábana misma).
Resulta ser exactamente lo que se recoge en el evangelio de Juan: cuando Pedro y Juan entran en el sepulcro, al que había llegado corriendo por las noticias que les habían dado las mujeres, se dan cuenta de que ha sucedido algo grandioso, justamente porque encuentra la sábana tal y como la habían dejado, envolviendo el cuerpo, aunque fruncida sobre sí misma pues el cuerpo ya no estaba dentro.
Después, abriendo la sábana, habrán descubierto otra cosa misteriosa: esa imagen. Incluso hoy en día, dos mil años después, la ciencia y la técnica no son capaces de decirnos cómo se pudo haber formado. Y tampoco saben cómo reproducirla.
De hecho, no hay restos de color o de pigmento, tan solo una capa superficial del lino quemada, que parece ser resultado de la liberación instantánea de una formidable y desconocida fuente de luz proveniente del cuerpo mismo, en perpendicular respecto a la sábana (lo cual también resulta inexplicable).
La “no direccionalidad” de la imagen excluye el hecho de que se hayan aplicado sustancias con pinceles u otros procedimientos que impliquen una componente direccional. Y nos desvela que la radiación fue producida por todo el cuerpo (si bien el rostro tiene valores más altos de luminancia, como si hubiera liberado más energía o más luz).
Lo que sucedió no es un fenómeno natural, y no es reproducible. No se deriva de un contacto, porque entonces no sería tridimensional, y no se habría formado la imagen en zonas del cuerpo que no estaban en contacto con la tela (como la zona existente entre las mejillas y la nariz).
Hoy en día, además, el análisis con ordenador nos ha permitido recuperar otros detalles ocultos en la síndone, y todos ellos nos conducen a la misma persona: Jesús de Nazaret.
En los 77 tipos de polen, algunos de los cuales son típicos del área de Jerusalén (en concreto el Zygophillum dumosum, que se encuentra exclusivamente en los alrededores de Jerusalén y en el Sinaí); en los restos (en las rodillas, en los talones y en la nariz) de un polvo de una tierra típica también de Jerusalén. O en los restos de aloe y mirra sobre el cuerpo que los judíos usaban para dar sepultura.
Y por último en las trazas de escritura griega, latina y aramea impresas por apoyo sobre la sábana.
Bárbara Frale ha dedicado un libro al estudio de las mismas, “La síndone de Jesús Nazareno”. De esas letras emerge el nombre de Jesús, la palabra Nazareno, la expresión latina “innecem” relativa a los condenados a muerte, e incluso el mes en que el cuerpo podía ser devuelto a la familia.
Bárbara Frale, tras exámenes de gran precisión, expone que debía tratarse de documentos burocráticos de la ejecución y de la sepultura de Jesús de Nazaret. Un hecho histórico. Un hecho acontecido que lo ha cambiado todo.
(traducido por Javier Ortega-García)
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