Tim Guénard, francés, padre de una familia feliz y bien avenida, sufrió de niño todo tipo de abusos en su casa, en correccionales, orfanatos y en bandas callejeras. En EncuentroMadrid, la cita anual del movimiento Comunión y Liberación, ha querido transmitir un mensaje: un pasado de odio y maltratos es algo terrible, pero es posible salir de ello y construir una vida plena, con la ayuda de gente buena, y de Dios, a quien llama «Big Boss»
¿Cómo conoció a Dios?
Mi familia no era religiosa, no me bautizaron. Conocí creyentes por primera vez con 12 años. Decían querer a Dios, pero vi que no se querían entre ellos. Un cura y una señora me dijeron, de mala manera, que como estaba sin bautizar me enterrarían con los animales. Me molestó, aunque me gustan los animales. Durante años no me interesó la religión, que desconocía del todo. Pero más adelante encontré verdaderos creyentes, y vi que Dios no era un concepto en un libro.
¿Puede poner fecha a ese encuentro con Dios?
Fue un jueves por la tarde, cuando yo tenía 22 años. Vi un niño, discapacitado psíquico, que en una Eucaristía se pegaba a la comunión, se balanceaba a su lado, muy a gusto. Tomó un icono de la Virgen y lo quiso acercar a la Hostia y le decía, muy contento: «¡Besa a tu madre!». Le vi estar 40 minutos en adoración, y me hice preguntas. Dije «sí» a Dios, pero tardé años en decir «sí» a la Iglesia.
¿Se enfadó con Dios después de ese primer paso?
Estuve doce años enfadado con Él, pero era por miedo. Me decían que el 80 por ciento de los maltratados, como yo, se convertían en maltratadores, y ya casado y con bebés, aquello me aterraba. Incluso una vez me escapé de casa. Tenía miedo de ser mal padre y eso me hacía enfadarme con Dios. Un día pedí perdón a mi hija por un error mío y me dijo: «nos queremos, papá». Entendí que era Dios quien hablaba a través de mi hija, dándome una indicación. Y pedí a mi familia que me ayudaran, me corrigieran. Acabó mi enfado y mi miedo.
Como víctima de abusos físicos y sexuales, ¿qué piensa de los casos de abusos en la Iglesia?
No hay que condenar una familia por un miembro malo ni a la Iglesia por la acción mala de algunos clérigos corruptos. Me gusta la valentía del cardenal Barbarin, de Lyon, que pide perdón.
Quien ha sufrido abusos, ¿está perdido para siempre?
No. Según he estudiado, la realidad es que sólo el 20 por ciento de los golpeados o abusados se convierte en abusador. A quien sólo ha vivido odio, hay que enseñarle a desear amor, que otra vida es posible. Una forma es llevar a esos niños de vacaciones con familias sanas, para que vean que ese tipo de relación es posible y que lo deseen para ellos.
Abusado de niño y golpeado por su padre
La historia de Tim Guénard es escalofriante y la cuenta en su libro «Más fuerte que el odio» (Gedisa, 2003). A los tres años, su madre lo ató a un poste eléctrico y lo dejó abandonado. Su padre le apalizó con frecuencia, aún lleva cuatro fracturas en la nariz consecuencia de los golpes. Pasó tres años en un hospital a consecuencia de esas palizas. A los siete años, entró en un orfanato. Nadie le quería adoptar y los responsables le maltrataban. Por un error administrativo, lo pasaron a un hospital psiquiátrico, y después a un reformatorio, en el que aprendió a ejercer la fuerza del odio y la violencia. Con doce años de edad, sólo quería matar a su padre. En la calle vivió en bandas, fue violado, y le usaron en bandas de prostitución. A los 16 años, por primera vez, una jueza le dio una oportunidad: un trabajo de aprendiz de escultor de gárgolas. Sólo a los 21 años se distanció de sus amistades violentas y se rodeó de amistades cristianas. Se casó con Martine, educada en una familia estable, y tienen cuatro hijos que le han ayudado a madurar. Ahora dedica mucho tiempo a demostrar que «cambiar es posible», que un historial de violencia no tiene por qué decidir el futuro, que es posible aprender a amar.
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