Acabo de volver de las vacaciones del CLU en Colorado, que se han celebrado del 28 de mayo al 2 de junio con 130 universitarios de toda América. Empiezo por algunas ideas del encuentro que tuvimos sobre la escritora Flannery O’Connor. Dicen mis apuntes: “Pocos días antes de su muerte, Flannery escribió desde su cama en el hospital algunos de sus relatos más significativos. ¿Por qué una mujer que sabe que va a morir decide pasar su tiempo escribiendo? En una carta, ella responde a esta pregunta y dice que, a medida que se acercaba el fin, le resultaba más evidente que lo único útil que podía hacer era testimoniar al mundo la forma particular en que Dios nos ha amado y nos ama”.
Han sido unos días muy intesos, con tres excursiones, una de ellas sobre la nieve; juegos absurdos, todos sobre fútbol; muchísimos cantos, una charla sobre tecnología, testimonios de un amigo de Los Ángeles y otras tres chicas, unos scketches espectaculares y, para terminar, una asamblea para la que hubo tantas preguntas que se tuvo que dividir en dos días.
Y en medio de todo esto, la sorpresa de no sentirme nunca sola. Quizá por la facilidad de los americanos para las relaciones, pero sobre todo por la evidencia de lo que nos había llevado allí: cada uno venía de una parte del país y la tercera pregunta, después de los habituales “¿cómo te llamas?” y “¿qué estudias?”, era “¿por qué estás aquí?”. Era un espectáculo escuchar las historias de gente que vive inmersa en otra mentalidad, con miles de religiones posibles, cada uno con su herida personal, y que sin embargo dicen lo mismo que nosotros y se conmueven porque han descubierto lo mismo que nosotros.
Como Bernadette, que vino porque la había invitado uno de sus conocidos de Facebook gracias a una cita de Giussani. O Chris, que después de un año agotador y de continuo rechazo al movimiento, estuvo preparando los juegos y las excursiones, porque “mis intentos por ser feliz han sido un fracaso, y siempre he deseado vivir como mis amigos del CLU”. O Emily, que a falta de un mes para su boda y con la necesidad de ahorrar, ha querido venir a las vacaciones, y que al despedirnos me dijo: “Estoy triste, pero es un error. Hoy es un día más, no sólo el fin de algo. Él está también hoy”.
Es como si el trabajo (que por mi parte ha sido poco) sobre la caridad se hubiera hecho más concreto. Ahora tiene el nombre de todas estas caras nuevas y la nostalgia y conmoción por las “viejas”. La segunda noche, durante el testimonio de Guido, me di cuenta de algo sorprendente: delante de aquel hombre que hablaba de su vida y de su trabajo, yo no tenía miedo. No tenía miedo de estar allí, no tenía miedo de no ser capaz, no tenía miedo de volver a mi vida normal sin saber qué haré en los próximos años. Porque yo al principio pensaba: estas vacaciones están bien, pero me asusta un poco la idea de que la tesis y el examen final me están esperando.
La intuición que me ha cambiado estos días es descubrir el método: estar delante de Él, de la forma fragilísima en que me toca. Fragilísima porque la impaciencia, la tentación de amoldarlo todo a una imagen, la incapacidad absoluta para amar gratuitamente, todo eso permanece, me hiere y me interpela. Pero, ¿no serán acaso otro signo más de mi dependencia?
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón